martes, 16 de octubre de 2007

Vuelta a la calma... por poco / MARZO


Hola, y muy buenos días a todas mis (aunque pocas, fieles) lectoras.

Hoy me gustaría hacer alusión ha cómo ha sido el hecho de volver a clase después de fallas, la semana pasada, y contar un poco por encima mi fin de semana. Veréis, mis fallas han sido estupendísimas, y se han cumplido todas mis predicciones: pasarme las noches hasta las tantas por ahí con mis amigas, días sí y día también, de verbena en verbena; ir a Valencia para ver Fallas de verdad (no las cuatro figuras descoloridas que había en mi pueblo); ver la Cremà con mis amigas (qué frío pasé); no quitarme el blusón para nada, sólo para dormir... vamos, un desmadre total.

Volver a clase después fue un cachondeo, todo el mundo comentaba sus locuras con la escasa voz que les quedaba, y algunos profesores nos relataron cómo les había ido a ellos. No está mal, oye. Empezamos el miércoles, y parece ser que ya se ha establecido un poco la rutina habitual, al menos ahora, que ya estamos en lunes avanzado. Sin embargo, en mi clase, que hay mucho compañerismo (depende de para qué, claro ¬¬) y la gente no para, se decidió hacer una cena de Only Girls para juntarnos todas este sábado pasado y hacer botellón, y así luego salir de marcha. ¡Ja! Que te lo crees tú eso. Para empezar, de diez u once chicas que somos en la clase, sólo acudimos tres a organizarlo todo (especifico: reservar mesa, comprar bebida, guardar bebida, y fabricarnos unos cartelitos de cartón en los que queríamos grabar el mensajito Nem d'eixida). Resultado, pues os lo podéis imaginar. Una se enfadó y pasó del tema, toda cabreada, y las otras dos, es decir, mi amiga y yo, informamos de la situación a las que no habían venido porque tenían excusa. Yo, la verdad, estaba bastante molesta con las demás, pero como en el fondo me lo esperaba y tenía ganas de pasarlo bien, pues me animé a seguir con la cena.

¡Y vaya si me lo pasé bien! Quedamos cuatro, y como tenemos mucha confianza, nos fue genial. Reservamos mesa para cinco en los chinos, pero al final una falló, aunque no nos importó para nada, porque el resultado fue el mismo. Comenzamos a pedir platos y sangría y, al cabo de un rato, no parábamos de reírnos (ATENCIÓN: no creáis que somos unas jóvenes borrachas -que también ^^u-, porque hubiéramos llevado el mismo cachondeo con que sin alcohol. Únicamente le cogimos el puntito, ¿eh?).

Aquí llega el punto interesante de mi relato. Íbamos a la mitad de la cena o por ahí, y llevábamos un buen rato riéndonos, y había por ahí un camarero que, la verdad, no sé cuántos años tendría. Yo le echaría unos dieciocho o diecinueve, pero algo que me dijo luego me hace dudar. Era un chaval en el que me había fijado al principio de la cena, porque tenía un rostro llamativo, de piel bronceada y rasgos orientales, aunque con un corte de pelo moderno, así con mechitas rubias. No era feo, entendámonos, pero tampoco era algo que dices... ¡puf! No, era normalito, aunque con esa característica de los ojos más rasgados. Y, al verlo al principio y no tenerlo muy claro, pues le pregunté a mi amiga si era chino o, en su defecto, japonés, ya que me hacía dudar el bronceado de su cara y torso -es que llevaba la camisa un tanto desabrochada, juas. y le pregunté eso porque a mí, por mucho que me digan que los chinos y los japoneses son muy diferentes, no me convencerán porque sigo en mis trece: son iguales y punto, al menos físicamente.

-No, creo que es colombiano.

-Ah...

Y ahí acabó todo con respecto a él. No volvimos a preocuparnos, aunque después me fijé que cada vez que pasaba cerca de nuestra mesa me lanzaba miraditas.

Sin embargo, conforme iba avanzando la cena, una de las cuatro que estábamos allí (que francamente parece una niña de once años por su cortita estatura, aunque de niña de once años no tiene un pelo, porque a parte de picardía y carácter tiene curvas), y que es una cachonda, se estaba emocionando con el tema de la sangría, y decidió pedir un plato de pollo al limón. Se acercó el pobre camarero y nos pilló en plena risa. Y la chica en cuestión (que es mi novia), pensándose que era chino, le preguntó con mucha gesticulación y mucho teatro:

-¿Tú traer a nosotras -aquí chillando- pollo al limón? ¿Entender? ¡Pollo, pollo al limon para nosotras!

Y todas, por supuesto, muertas de risa. El camarero la miró con inocencia calculada, pero perfectamente consciente de que nuestra compañera -y mi novia- llevaba unas copas de más y muchas ganas de cachondeo.

-Señorita, no soy chino. Entiendo perfectamente lo que dicen.

-A vale, vale. ¿Y cómo te llamas? -la chica, que es mu curiosa ella.

-Pues Luis.

-Muy bien Luis, pues tráenos un pollo al limón.

Y de nuevo siguió la velada, aqunque notaba que el tal Luis (que no era chino) seguía con las miraditas, cada vez más indiscretas, pero yo pensando bien, diciéndome que pues nada, que será que está vigilando a ver si queremos algo, como hacen los camareros normalmente... pero nop. Resultó ser que, cuando dos de las chicas que estaban con nosotras (las más bajitas y de aspecto aniñado, entre ellas la loca de antes) se marcharon al servicio, el camarero se acercó y me suelta, to lanzao:

-¿Cuántos años tienes? ¿Veinte, no?

Y yo, toa cortá, y, la verdad, bastante sorprendida, digo tímidamente:

-¡Hala, veinte! ¡Treinta si te parece!

-¿Y cuántos tienes?

-Pues... -pasé dos milésimas de segundo que parecieron dos días pensando si le soltaba una trola o le decía la verdad, decidiéndome finalmente por esto último-. Tengo... casi diecisiete años.

Me miró así O_O

-¡¿De veras?!

-Sí, la misma edad que ella -dije señalando a mi compi (que me salvó con su presencia), que estaba enfrente de mí y también algo anonadada.

-Sí, sí -corroboró ella.

-Tenemos todas la misma edad -añadí, señalando vagamente las dos sillas vacías a nuestro lado.

-Puff, pues parecen mucho más chiquitas -contestó con una sonrisita-. Al menos, se comportan como si fueran mocitas -(imaginaos esto con el acento ese tan dulce que tienen los latinoamericanos).

-El alcohol... que es muy malo para la salud -esta es la típica frase que dices para rellenar huecos en una conversación sosa o incómoda.

Añadió algo más (no me acuerdo de qué, tengo una pequeña laguna... como ya he dicho... el alcohol es muy malo para la salud, je je ^^u) y se marchó. Y mi compi y yo mirándonos así O_O. Y ella mirándome con sorna.

-Bueno, bueno...

-Yo soy como San Miguel -le solté con un guiño-, donde voy, triunfo.

-Ya ves.

Y otra vez a partirnos. Cuando vinieron las otras dos, mi amiga y la loca, nos tocó el turno a mi compi y a mí de ir al servicio. Tuvimos que pasar por delante de la barra y ya podéis imaginar mi careto de cohibida al pasar justo por al lado del señor camarero (que pa mí que tiene más de diecinueve años), que, por supuesto me miró de arriba abajo con todo el descaro del mundo. Aunque no lo viera, notaba sus ojos en mi nuca, pero no le solté ninguna grosería porque era un chico muy educado que se tomaba nuestras bromas bien y la manera en que miraba no era... bravucona, como si dijesémos. Era más bien curiosidad o interés, pero me sentí incómoda igual.

La sorpresa me la llevé al salir, cuando me acerqué de nuevo a la mesa y las dos restantes me dijeron emocionadísimas:

-¡Que el camarero nos ha dicho que la que le gusta es ésa de ahí! -y señalando mi silla-. ¡Vamos, que eres tú!.

Y yo:

-Ah. Pues vale.

Después de eso siguieron las risas y se acercó el momento del postre. Pedimos un licor de arroz (¡puaj! sólo lo recomiendo si queréis emborracharos de verdad, es alcohol puro destilado, y siempre a chupitos, por Dios) y, finalmente, la cuenta. Con el dinero que sobró decidimos darle una propinilla a Luis, y la loca del grupo -la chiquitina- lo cogió todo y se lo puso directamente en la mano.

-Toma, Luis. Esto es para ti, porque has sido muy simpático.

-Muchas gracias, señorita.

Y más risas.

Después de eso no me queda mucho más que contar: pasamos una noche de fiesta por ahí y a las cuatro de la hora nueva llegué a casa (las cinco de la hora vieja), y caí rendida en la cama.
Ahora vuestra pregunta será... ¿y ésta para qué nos cuenta esto? Pues, la verdad, porque si no no se me ocurre nada más que contar, y porque es una anécdota que me pasó el sábado ya que, a parte de pasármelo super bien, pues me sentí mejor, no sé, me subió un poco la moral que aquel chico se fijase en mí y no en mis amigas, y diciendo esto no pretendo ser una creída, simplemente digo lo que pienso. A ver, seamos sinceras, si estuvierais con un grupo de chicas y pasara un tío por ahí, ¿no os halagaría que os mirara a vosotras, en vez de a todas las demás? ¿O si vais por la calle y os pita un coche? Bueno, eso depende del conductor, es verdad, si es un grosero de ésos que van con el xim-pum-xim-pum a tope, yo le enseño el dedo (que me ha pasado, son arrebatos incontrolables que me preocupan mucho, je, je, pueden tener consecuencias). Pero bueno, sin andarnos más por las ramas... ese chico me alegró la noche, juas, le debo una.

Con esto creo que me he enrollado ya bastante, que hoy m'he pasao un pelín, y me despido ya porque tengo que ir a comprarle un regalo a mi madre, que hoy es su cumpleaños y quiere flores. Sólo añadiré que esta mañana en el instituto he pasado vergüenza cuando mis amigas han contado que un camarero me estaba tirando los tejos el sábado; y un secretito que no sabe nadie más que yo... y ahora vosotras: el domingo, yendo a casa de mis abuelos, vi a Luis en una plaza de mi pueblo, y se me quedó mirando, pero, aunque no pude devolverle la mirada porque llevaba prisa y tenía frío... el éstómago me dio un saltito (pero chiquitín) hacia atrás, de los nervios.

¡No será que me gusta...! ;)

Besazzos,

Luli

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