jueves, 22 de julio de 2010



Queridos lulilectores...

Os traigo hoy un tema que en los últimos días me ronda por la cabeza, relacionado con mi trabajo.

Supongo que todo se debe a que soy una persona extremadamente egoísta, o esa es la impresión que me estoy dando a mí misma, mientras yo sola voy pensando lo que os voy a contar a continuación. Empezaré desde el principio, como siempre.

Sabéis que trabajo en una tienda de ropa en la playa de mi pueblo, de dependienta. Pero no estoy sola, sino que conmigo suelen estar la jefa y otra compañera más en tienda, que este año, casualmente, es también amiga mía. Hace dos veranos también estaba con una amiga, por lo que, al ya haber tenido esa experiencia, si os soy sincera, no la habría repetido (de haber podido elegir).

Porque trabajar con una amiga no es lo mismo que hacerlo con una compañera que no conoces de nada, y a la que no verás más una vez que sales fuera del curro, y que realmente te da igual lo que piense de ti. No. Trabajar con una amiga tiene unas ventajas... sí, pero también unos inconvenientes. Te lo pasas en grande con ella, puedes hablar con mucha libertad de cualquier cosa, te ríes mucho... pero a mí no es algo que me apasione.

En este caso, porque al ser yo la empleada “veterana”, por decirlo de alguna manera, y al saber cómo funciona la tienda, cómo hay que llevarla, etcétera, se supone que tengo que instruir y corregir a la nueva; es decir, actuar como una compañera. Pero “darle órdenes” a una amiga tuya... no es tan fácil. Y, obviamente, hay que hacerlo con sutileza, para que no parezcan órdenes, sino recomendaciones, consejos o indicaciones suaves.

Peeeero (y aquí está el quid de la cuestión), resulta que, si lo haces con mucha delicadeza, no lo pilla. Conclusión: el trabajo que tú “mandas”, es decir, el trabajo que hay que hacerse pero que tú no puedes hacer en ese momento porque estás ocupada en otra cosa, no se hace. O tú tienes que optar por hacer las dos cosas a la vez, lo cual, pues no mola.

En este caso, se trata de “la distribución” de la tienda. En la tienda hay como dos zonas básicas, delante y detrás (conocidos como fondo norte y como fondo sur), y ambas deben estar atendidas. ¿Qué pasa? Que la zona de delante es, con mucho, más interesante que la de detrás, por distintas razones: tiene el acceso a la calle, los escaparates desde donde se ve pasar a toda la gente, también es donde está la caja registradora con el ordenador, y se está más fresquito. Pero, aun así, no podemos dejar de lado la parte trasera de la tienda, que es donde más amontonada se encuentra la ropa, porque a la mínima que la descuidamos, se queda hecha una leonera, llena de ropa por el suelo y zapatos colgando de las perchas (increíble, pero cierto).

Entonces, lo habitual suele ser que una esté en la parte delantera, y la otra en la trasera, a no ser que alguna de las dos esté atendiendo a un cliente. ¿Cuál es el problema? Seguro que ya lo habéis adivinado: que mi compañera siempre se pasa la vida en la parte delantera. Y yo, me cabreo.

A ver, me cabreo, no en el sentido estricto de la palabra, porque en ningún momento me pongo a gritar ni nada, ni pierdo la calma (como mucho, me muestro taciturna durante un rato y punto), pero es que en esos momentos a mí me dan por dentro accesos de rabia que me tengo que tragar, y es una sensación muy desagradable.

Me enfado porque yo ya le comenté una vez cómo funciona el sistema de “la distribución”; es decir, ella está enterada de que tiene que haber una delante y una detrás, pero parece ser que lo ignora completamente, y atrás no va nunca. Se pasa la vida en la caja, cobrando a las clientas o parada delante del ventilador mientras me habla con entusiasmo (o asomada a la terraza para ver quién pasa); a la vez que yo, sudando como loca, corro de un lado a otro en busca de prendas en el suelo,ropa mal colgada y desastres por el estilo. Y me jode, con el perdón de la palabra.

Me jode porque, obviamente, cobrar es más divertido y entretenido, y ver quien pasa también, y es una cosa que a mí también me gusta más que corretear de aquí para allá como la chacha de turno. Y es que la cosa está en que ella se aferra a la caja como una de esas aves carroñeras a las presas, ¿entendéis?, porque a veces estoy yo en la caja, cobrando, y ella se empeña en cobrar a la vez que yo, de manera simultánea a otra clienta, no sabe decirle a la clienta: “Espérese un segundo que mi compañera (yo) le cobrará en seguida”; no, ella lo tiene que hacer a la vez.

Y eso a mí me enciende, pero mucho. Porque además, está comprobado que cuando yo estoy en caja, ella tampoco va al fondo, o va solo cuando se lo insinúo (o cuando voy yo, porque ella me sigue para charlar), y está poco rato en la parte trasera, casi siempre en la puerta. Pero si viene el jefe y ve la leonera que se monta, nos llama la atención, y claro, al ser mi compañera también mi amiga, no puedo decirle directamente: “ves y arregla”, sino que me tengo que aguantar y hacer yo misma ese trabajo, porque el trabajo se tiene que hacer igualmente, ya sea yo o ella.

Pero el caso es que, por el hecho de no mandarle yo trabajo a ella, yo hago el doble, y por hacer el doble, estoy pensando en todo y me queda poco tiempo para rondar la caja de todas formas. Y cuando ella se va (es que lo pienso ahora y me subo por las paredes), a parte de que la tienda queda vacía de gente, viene mi jefa y TAMBIÉN se mete en la caja sentadita, charlando conmigo, mientras yo (que no puedo estar de brazos cruzados) ando por ahí arreglando la puñetera tienda.

Vamos, que ando pringada de narices, haciendo lo mío y lo de mi amiga-compañera. ¿Y por qué no se lo cuentas a tus jefes de manera indirecta, con delicadeza y como quien no quiere la cosa? Finamente, podría perfectamente decirles que a mi compañera le gusta mucho la caja y que sale poco a “montar guardias”; claro, claro que podría. Es lo que haría a una compañera... pero es que... eso no se le hace a una amiga, ¿verdad que no? Sería malmeter por malmeter.

Y si no malmeto, me como yo el trabajo de novata. Creo que una parte de culpa la tiene mi autoexigencia, porque a mí las cosas me gustan bien hechas. Yo soy incapaz de pasar por al lado de un pantalón que está en el suelo, verlo, y no colgarlo en una percha. Mi compañera, en cambio, lo rebasa alegremente y ni se da cuenta. O, quizá, como he comentado al principio de la entrada, soy una egoísta intolerante y no tengo remedio.

Pero yo me veo bastante fastidiada, porque el trabajo más chuli de la tienda lo estoy haciendo más bien poco, y estoy pringando como una condenada. Y es que justo eso me pasó hace dos años ya, con la otra amiga que entró a trabajar conmigo (también por casualidad, no porque yo fuera pregonando el puesto por ahí), y ahora otra vez... ¿es o no es mala suerte, lo mío? Asco de Señor D.


Yo siempre he creído que lo mejor es separar la vida laboral de la personal; y la experiencia me ha dado la razón. Vaya mierda de situación en la que estoy envuelta, sin comerlo ni beberlo. Pfff...


Besazzos,

Luli



P.D.: ¿Algún consejillo?

martes, 20 de julio de 2010

Paraíso es...



Poder levantarte a las ocho de la mañana, asomarte por la ventana de tu casa y tener el mar a tus pies, abarcando todos los horizontes hasta que se pierde la vista, bajo la anaranjada luz de un sol que todavía no abrasa, y a la vez escuchar el suave rumor de las olas que se rizan con la brisa.



Eso es paraíso. Al menos, lo ha sido hoy para mí.




Besazzos,



*Luli*

jueves, 15 de julio de 2010

Veraneando -ando...




Queridos lulilectores...


Sé que me tomaréis por una embustera sin credibilidad, porque siempre ando diciendo lo mismo: "Ahora no tengo tiempo, actualizaré más adelante, blablablá..." Vaya, los más antiguos seguidores ya me conoceréis, y sabéis que no lo hago con mala intención (de verdaaaaad!!).


La cuestión: sigo con mi veraneo habitual, que equivale a trabajo de dos meses y estrés (no paro T.T). Este año vuelvo a estar en la tienda de ropa de la playa de mi pueblo, al lado de la farmacia, y la cosa sigue como cada año, la verdad. Un calor tremendo, mañanas libres para poder tomar el sol y las mismas caras de todos los veranos.


Como sé que os gusta el morbillo (somos humanos), os cuento algunos de mis últimos escarceos "amorosos" (lo pongo entrecomillado porque no son amorosos, pero va por ahí la cosa). Y, un año más, aunque creo que nunca llegué a decíroslo, se trata del Chico Kawasaki.


Puede parecer un mote cool, pero, sinceramente, ni el mote ni el chico lo son en el sentido más estricto de la palabra. El Chico Kawasaki (para abreviar, CK -y no confundir con Calvin Klein, por el amor de un pato ciego-) es un maromo platonizado que protagonizaba todos mis veranos... hasta el año pasado. ¿Por qué hasta el año pasado? Puede que os preguntéis. Muy sencillo, porque el año pasado fue el único en el que no trabajé en la tienda, sino en el supermercado de cajera, así que le vi en contadas ocasiones.


Pero, anteriormente, yo me pasaba la vida mirándolo. Como puede parecer evidente, lo primero que me llamó la atención de él fue su moto (ejem -Kawasaki, obvio-), y luego su estatura, ya que fácilmente medirá dos metros y pico. Soy mala calculando edades, pero le echo sus veinte avanzados, no creo que ya esté en los 30. No es guapo. Es muy espigado y tiene cara de empollón, con gafitas y aires despistados; pero no deja de resultarme interesante, y no sé por qué. Quizá por la moto. Porque he visto su coche (rectifico: reconocería su coche entre centenares) y es una cutrada. Ahora, la moto no, ¿eh? La moto "mola".


Y él mola cuando se sube a su moto. Me sé su horario de memoria, de otros veranos: no ha cambiado. Y no he hablado mucho con él: antes iba a la farmacia bastante, solo para verle, y ahora lo pienso (yo era joven e inocente) y seguramente hacía bastante el tonto, así que, desde hace un par de años, limité mi número de visitas a la farmacia de la playa a 2 en todo el verano (este año no tengo ninguna programada). Él es o muy seco o muy tímido. Y algo antipático, porque aunque nos conocemos de vista (obvio) porque llevábamos nada más y nada menos que 2 veranos siendo vecinos, pero nunca dice esta boca es mía, ni para saludar. Y claro, una se mosquea.


Aun así, tontear es divertido. Porque el tipo, ni corto ni perezoso, aparca la moto casi todos los días (o el coche, en su defecto) delante de la tienda, NO de la farmacia, que está al lado, y cuando termina la jornada (a las 8.30, que yo aún estoy trabajando) siempre suele echar un vistazo al interior de nuestro establecimiento "como quien no quiere la cosa". Y cuando lleva la chupa de cuero está como más "sexy", algo más macarrilla, aunque sin que termine de abandonarle del todo ese aire correcto que le caracteriza: por ejemplo, detalles como llevar la camisa por dentro del pantalón, con su cinturoncito y todo, aunque el pantalón en cuestión sea de estampado militar.


Este año, por ejemplo, estoy debatiéndome conmigo misma, porque he decidido que no me da la gana que me vea (ya hice bastante el ridículo otros veranos), así que cuando suelen dar las ocho y media me escondo por el fondo de la tienda y trato de luchar contra el impulso que me obliga casi a asomarme, por lo menos al cristal, para ver si le veo. Porque a mí, qué queréis que os diga, sí que me gusta intercambiar miradas con él todos los días, y verle subir a la moto, pero tampoco quiero hacerlo tan evidente (aunque ya lo hice otros años, en fin), pero es como una especie de círculo vicioso que no tiene fin...


Bueno, no importa. Esta entrada creo que la he escrito más para mí que por otra cosa, por falta de papel para contarme a mí misma mis peripecias y pensamientos en mi diario personal. Pero si la habéis leído, bien está, aunque notaréis que hoy mis meditaciones van vagando de un lado para otro bastante inconexos.


Me duelen los pies, y hace tiempo que no duermo bien. Espero que estéis pasando un genial verano.


Besazzos,


*Luli*

lunes, 5 de julio de 2010

Eau de Toilette - Pour Homme



Queridos lulilectores...


Una entradita fugaz aprovechando que he venido al pueblo rápidamente y tengo Internet. Os cuento mi última metedura de pata.


He empezado a trabajar en la tienda, como todos los veranos, y el otro día se me hizo tarde y tuve que apurar para llegar puntual, así que no me dio tiempo a arreglarme del todo. Antes de salir de casa, con el pelo chorreando, recién salida de la ducha, cogí un botecito diminuto de esos de perfume en muestras que había al lado de la bandeja de las llaves; me dije que, por lo menos, me echaría unas gotas en la tienda y lista.


Una vez en la tienda, como me fueron entrando clientes, se me fue olvidando el propósito, hasta que llegó un momento en el que no había nadie y, por casualidad, encontré el frasquito en el bolsillo de mi pantalón, mientras rebuscaba en busca de un pañuelo.

Bueno, bien, pienso: voy a ello. Y eso que me dirijo al espejo y, ni corta ni perezosa, me planto una generosa cantidad con la ayuda del palito, por el cuello, las muñecas y dos gotitas detrás de las orejas. Apenas me guardo el frasco de nuevo en el bolsillo, olfateo y... ¡zas! Un penetrante aroma a colonia de hombre me llega por la nariz.

Asustada, saco el frasco de nuevo y lo examino: "Dolce&Gabanna pour Homme". ¡El susto que me di! Y, claro, empezaron a llegarme clientes. Vaya un cuadro, me tendríais que haber visto intentando mantener las distancias con ellos, mientras despedía aquel tufo a choto tan desagradable.

Al final, en los ratos que no había nadie, conseguí deshacerme de parte del olor con la ayuda de agua y de un gel limpiamanos a base de aloe vera, aunque hasta que no me duché del todo, el aroma siguió adherido a mí. Se ve que el frasquito era de mi padre...

En fin, eso me pasa por no fijarme, jejeje.

Besazzos,

*Luli*