lunes, 29 de marzo de 2010

Segundo encuentro



Queridos lulilectores...


¿Recordáis al misterioso chico del tren, que me encontré un día volviendo a mi pueblo y que no paraba de mirarme? Bien, pues... la historia sigue. =)


Hoy, de nuevo, le he visto, y de una manera tan espectacular que solo se lo puedo achacar al Señor D. Precisamente, ha sido de lo más curioso: casi como preparado con guión.


Llego yo a la estación de Tavernes, aparco y me compro el billete, dispuesta a esperar a que llegara el tren, que en teoría iba a tardar unos cinco minutos. ¿Cinco? Tras MEDIA HORA de retraso, llega por fin un tren que, por supuesto, no era el de las 8.38, sino el de las 8.53 (aunque ha llegado a las 9.10). Y, naturalmente, eso ha provocado que se agruparan las personas de ambos trenes, así que había el doble de gente que de normal.


Lo único bueno ha sido que he visto a una amiga mía que iba a coger el tren de las 8.53, así que íbamos charlando mientras lo esperábamos. Pero el retraso no ha sido la única sorpresa, porque encima (es que EN-CI-MA) cuando tiramos a subir al tren, este iba llenísimo (como si fueran Fallas, igual), y no hemos encontrado ningún asiento libre, por lo que solo nos ha quedado ir los 40 minutos de trayecto (que han sido 50) de pie, qué remedio.


Pues bueno, de manera absolutamente casual, hemos subido al primer vagón, en el segundo compartimiento, pero como había demasiada gente (incluso de pie) nos hemos tenido que ir moviendo hacia delante, hacia el primer compartimiento, porque allí estábamos un poco más holgadas. Mi amiga se coloca al lado de un chico alto que, también de pie, escucha música en una esquina cerca de la puerta.


Me cojo de la barra sobre nuestras cabezas y, mientras el tren arranca con un traqueteo, me pongo a hablar con mi amiga. Quizá fuera intuición o algo (no lo sé), pero tenía ganas de mirar hacia el chico de reojo, para comprobar que no lo conocía. Sin embargo, he logrado abstenerme porque lo tenía justo al lado (a veinte centímetros) y hubiera llamado demasiado la atención.


Total, que a las pocas paradas logro moverme un poco y situarme justo delante de mi amiga, que estaba de espaldas al chico. Y, sin poder evitarlo, me quedo mirándole en un momento en el que él no se da cuenta. No sé qué cara deberé haber puesto, pero seguramente reflejaría mi sorpresa, porque en mis mismísimas narices se encontraba, sin lugar a dudas, el muchacho aquí conocido como Klovic, el que me miró descaradamente durante todo un trayecto de tren.


Eso sí, algo cambiado: el pelo rizado que llevaba la última vez estaba más corto y liso, y también le recordaba más moreno. Aunque, eso sí, tenía las mismas manos (me he fijado, cómo no). Y, claro, como debía estar yo alucinando, pues a la mínima que se ha girado, ha clavado esos ojos penetrantes en los míos, como la última vez. Y yo, igualmente cortada, solo he podido sonreír un momento con picardía, pero en seguida he tenido que apartar la mirada, aunque notaba que él no lo había hecho. Creo que él me ha reconocido mucho antes porque, aunque yo también he cambiado de peinado, él había tenido más oportunidad de espiarme que yo a él.


La cuestión, que una vez descubierta América, nos hemos pasado gran parte del viaje intercambiando miraditas, aunque por mi parte muy rápidas y cohibidas, porque de nuevo he notado esa insistencia por su parte que tan nerviosa me puso la última vez, y que tanto me molestó. Mi amiga, a todo esto, no ha notado nada (creo), porque me he concentrado en mantener viva la conversación durante cerca de una hora, para no tener que quedarme callada mirando al (ejem) vacío, y no tener que toparme con sus ojos.


Pero no acaba aquí la historia, sino que también le he visto en el metro (aunque él creo que a mí no, o lo ha disimulado muy bien, porque había mucha gente también), solo que, por suerte, no hemos subido al mismo metro (él ha cogido uno anterior al mío, y le he visto hablar con una chica). Por último, para concluir el día, TAMBIÉN hemos coincidido en el tren de vuelta, porque yo iba sentada ya, con mi amiga y otro chico del pueblo, y le he visto pasar con una chica que creo que era la misma del metro (le he reconocido por la chaqueta). ¿Cuándo fui la última vez que le vi? No recuerdo el mes, creo que era por noviembre, ahora lo miraré, pero estoy segura de que fue antes de que llegara el frío.


La cuestión... ¿por qué dice Luli que el Señor D le ha montado una puesta en escena? Pues porque hoy, no sé cómo, yo ESTABA pensando en ese chico antes de subirme al tren por la mañana, incluso antes de que llegara mi amiga. Y estaba pensando en él porque anoche vi una película en la televisión llamada Rivales donde aparece un chaval jovencito, de unos catorce años, con el pelo rizadito, que me recordó a él físicamente, así que esta mañana, debido a las vueltas del azar, por mi cabeza pasaban frases tipo: "No creo que vuelva a verle, y menos hoy, después de tanto tiempo...".


Y va el Señor D y me hace subirme a su tren (ha hecho que el mío se retrase a propósito) y, no solo contento con eso, sino que también me ha hecho dirigirme intuitivamente a su vagón, a su compartimiento y al mismo lugar donde él se encontraba. Suena raro y tonto (puede que friki), pero... en serio ahora (entre vosotros y yo): esas cosas NO pasan en la vida real.


No pasa que estés pensando en alguien que solo has visto una vez, que te subas a su tren y que te quedes plantada delante de esa persona durante una hora casi, miraditas incluidas. Y, sin embargo, a mí me ha pasado hoy. Como si mi vida la dictara un guionista caprichoso y pillo, con ganas de trastadas.


Mira que es raro todo esto... bien pensado, hoy que he vuelto a verle sigue sin parecerme guapo en el sentido estricto de la palabra. No, guapo no es. Pero feo, tampoco. Es difícil de definir, y más ahora que ya se ha quitado los rizos. Tiene los ojos profundos, aunque no soy capaz de sostenerle la mirada durante más de dos segundos seguidos (cosa rara también, porque de normal no me corto un pelo...).


¿Mariposas? No. En absoluto, es demasiado pronto. Pero... ¿extrañas coincidencias? Sí. E, inevitablemente, a partir de ahora pensaré más en él. No me gusta. Pero... noto algo. Karma de este raro, feeling, como lo llaman los ingleses. ¿A qué se debe tanta casualidad? ¿Por qué no paro de hacer preguntas y suposiciones idiotas?


En fin... ahí os dejo la batallita de hoy, que me ha dejado más bien trastocada, no contenta como la última vez. A vosotros os lo dejo.


Besazzos,


*Luli*



martes, 23 de marzo de 2010

Buscando la inspiración





Queridos lulilectores...


Os tengo un poquito abandonados este mes. Espero que, una vez más, sepáis perdonármelo. Tampoco me ha pasado nada del otro mundo; simplemente, han sido Fallas (tan ajetreadas como siempre), he estado yendo al dentista y ahora me toca agobiarme con los trabajos y los exámenes, que se van acercando peligrosamente. También he adquirido un nuevo ordenador (Entusiasta pasó a tiempos mejores) así que, como veréis, entre unas cosas y otras se me va el tiempo que ni me entero.


Quizá sea por el cansancio acumulado, o por el estrés en general, lo cierto es que, aun a riesgo de que explotéis de aburrimiento con mis memas y reiterativas palabras, ando últimamente un poco pocha (también duermo mal... en fin).


Hoy se me ha ocurrido un deseo que no sé a quién formular, cuando a las ocho de la mañana descendía del tren rodeada de cientos de personas y me mezclaba con la masa de gente nada más entrar en la ciudad, sumergida de nuevo en la rutina tras la semana tan agitada que acabamos de pasar (los valencianos).


He pensado que me encantaría "inspirarme" de alguna manera, es decir, encontrar ese "puntito de sal" o ese "toque final" que le termina de dar sabor a tu vida, una forma de motivarte para sacarte del asco de la monotonía y que tu día a día, gracias a ese soplo de aire fresco, adquiera un color más cálido, y todo parezca algo más llevadero en medio de tantos edificios grises, tanta gente indiferente, tanto trabajo y tantos problemas cotidianos.


Y esa inspiración que estoy buscando de momento se oculta un poco, pero estoy abierta a cualquier posibilidad. ¿Qué puede ser inspiración? ¿Qué formas puede tomar? Así, de primeras, me vienen algunas a la cabeza: inspiración puede ser una persona (como aquel ancianito que una vez me topé en un autobús, y me arrancó más de una sonrisa); inspiración puede ser una canción que te despierte buenos sentimientos; inspiración puede ser una simple charla con una amiga, o con alguien desconocido; inspiración puede ser un momento, una mirada, un libro, un paisaje, un lugar, una escena, una imagen, un consejo, incluso un lulilector (no sería la primera vez) ;P. Cualquier cosa puede ser inspiración.


Pero yo, ambiciosa como de costumbre, no me conformo con una simple y efímera brisa inspiradora que pueda llegarme de repente (aunque sea igualmente bienvenida). Yo hablo de LA inspiración, en mayúsculas, esa que ha venido de repente para quedarse contigo una temporada y te ha borrado de sopetón las nubes de un día encapotado, y, por mucho que llueva, tú seas capaz de danzar bajo la lluvia sin importarte las miradas ajenas, tan aliviada y extasiada como si de el más hermoso día soleado se tratase.


Esa inspiración que te arrastra a la locura (aunque siempre desde dentro de la cordura, claro), y que hace que te rías más, y que tengas un montón de ganas de parlotear, de moverte y, lo más importante, que tengas ganas de compartir lo que te está pasando con los demás, que necesites expresarte: coger un lápiz y escribir una canción, una historia, o pintar un cuadro, o hacer fotografías, o simplemente gritar a los cuatro vientos que, pase lo que pase, digan lo que digan o hagan lo que hagan... en ese momento, en ese día... nada podrá bajarte el ánimo, ni nada logrará borrar esa sonrisa de tu rostro.


Esa preciosa inspiración llamada musa.


Así pues, a diario me dejo arrastrar por la rutina, buscando a la escurridiza inspiración por los rincones, aunque sepa que, en el fondo, es una batalla perdida porque la musa es como el unicornio: cuanto más lo busques, más difícil es llegar hasta él. Hay que dejar que sea ella quien se acerque y te pille por sorpresa, porque eso es lo bonito del asunto, ¿no?


Solo espero que, cuando se me aparezca a mí, sea lo suficientemente avispada como para darme cuenta de que la tengo en mis mismísimas narices, y, a pesar de que algún día se marchará para iluminar el camino a otro, por lo menos ser capaz de reconocerla y aprovechar su presencia al máximo. Después de mi discursito de hoy, es lo mínimo, digo yo.


Besazzos,


*Luli*


P.D.: Aunque esto no tiene nada que ver, si no lo digo reviento: últimamente, cuando oigo una canción de amor que me parece sincera y emotiva (nada de las chorradas comerciales que ponen por la radio), una canción de esas "de culto", no puedo dejar de preguntarme cómo sería la persona a la que va dedicada esa canción, y qué suerte tiene (o tuvo) de que alguien le compusiera un tema tan hermoso. Me encantaría que alguien me compusiera una canción solo para mí, creo que es muy romántico.


P.D.2: Acabo de ver una película ñoña alemana, de esas de las de "la chica de al lado" o "la vida de la que podría ser tu vecina del quinto" y debo confesar que me encantan las pelis ñoñas alemanas, porque son un poco como las de Hollywood pero más intimistas y sin ese regusto americano tan desagradable en los finales (¡sí al cine europeo!).

viernes, 5 de marzo de 2010

Aventura en el supermercado




Queridos lulilectores...

Esta era Luli tan feliz, ayer por la tarde, planificándose la mañana del viernes (hoy). Y llega El Rey del Mambo la mañana del viernes (hoy) y le dice a Luli:

-Te toca ir a hacer la compra de la semana al Mercadona. Coges el coche y te vas para allá.

Como podréis imaginar, no solo me ha descolocado por completo el día, sino que me ha entrado algo de cosa: ¿La compra de la semana? ¿Yo? ¿Sola? ¿Y con el coche?

Sí, señores, sí. He ido muchas veces sola a comprar, igual que otras muchas me he ido con mi madre, o con mi padre, o con mi hermana, o los tres juntos, a hacer la gigantesca compra de la semana. Pero ir sola, con doscientos euros en el bolso y con una lista más larga que un día sin pan, y con el coche (claro, no querréis que lo cargue yo todo y vaya andando hasta mi casa)... eso ya es otro cantar.

Primera cuestión: ¿al Mercadona de arriba o al de abajo? (en mi pueblo hay dos). Resuelvo que mejor el de abajo, porque el de arriba está justo al lado de mi antiguo instituto y no me apetece nada encontrarme por casualidad con algún ex-profesor despistado que va a comprarse el almuerzo mientras yo meto papel higiénico en el carro (situación desagradable donde las haya, sin duda, recemos para que nunca nos pase).

Segunda cuestión: ¿dónde aparco? Tendrá que ser un sitio calculadamente práctico para que A) no se ralle bajo ningún concepto B) Esté cerca de la entrada C) No me apetece todo el papeleo del parking, que si ahora tiquet, que si ahora pulse aquí, que si ahora la barrera falla y no se levanta (algo habitual), etc.

Tercera cuestión: seguro que tardaré horas, y seguro que está lleno de gente... tengo cero ganas.

En fin, una vez superadas estas grandes tonterías existenciales, allá que me dirijo tan feliz con el pequeño Polo Pitbull de mi madre (lo de Pitbull se lo ha inventado ella, no sé todavía por qué). La suerte me abraza por una vez y me brinda un sitio excelente para estacionar: ¡justo delante de la puerta de acceso al supermercado! Bien, prueba uno superada: ahora toca el terror de las bebidas.

Cargo un carro mediano con 4 packs de seis botellas de agua (aún me duele la columna), con cajas de leche, con latas de refrescos, de zumos, de cerveza para mis padres... hasta que el carro casi rebienta de lo lleno que va. Después de 20 minutos de cola, pago y me dirijo al coche para guardarlo todo en el maletero como buenamente puedo para, a continuación, dar media vuelta y volver a entrar, carro en mano, a por el resto de la compra.

En el segundo viaje empieza un poco la emoción del asunto: empiezo a encontrarme con gente conocida que, como ya había pre-pronosticado, me iba a topar con alguien, fijo. La pregunta era: ¿con quién?

Pues, así a primeras, con mis tíos abuelos, que resulta que compran todos los viernes a esas horas en el Mercadona desde hace la tira de años. Y veinte minutos por lo menos hablando con ellos, de si las naranjas, de si dónde iba a trabajar en verano, que si se han puesto un filtro en la cocina para poder beber del grifo, que si no se qué, que si no se cuántos...

Más tarde, un cuarto de hora después, aproximadamente, a mi otra tía, la fasion, que iba a por los cuatro olvidos, y que si mi hermana había vuelto con el cuñadito, que si ya llegan las fallas, que si mis primos esto, que si mis primos lo otro, etcétera.

Al poco, me encuentro con una amiga, que iba con su madre haciendo la compra: que si quedábamos para volver juntas el lunes en Valencia, que si este sábado salíamos a dar una vuelta, y poco más.

Y, por último... Dios, qué mal lo he pasado. Voy tan tranquila por un pasillo, buscando algo por las estanterías, y veo de refilón a un chico que siempre me ha gustado y con el que tuve algo hace tiempo. Me invade la vergüenza y giro la cabeza al máximo, rezando para que no me reconozca, y empiezo a esconderme por los pasillos rogando a todas mis deidades no tropezarme con él por ningún pasillo de cara. ¡Ja!

Ni por ésas: Señor D me lo planta al rato justo en mis narices, y si no me he muerto aún no entiendo a comprender por qué, porque debo haber puesto una cara... encima luego me he vuelto a tropezar con él alguna vez más (lo típico), pero solo hemos cruzados tres frases de pura cortesía, nada más. ¡Qué dolor, qué dolor! Y yo media desastre que iba: sin pintar, con la cara lavada y el pelo semirecogido en un moño que uso para estar por casa...

En fin, en la caja ya, tratando de sobreponerme y bufando hondo para no explotar, al cajero no se le ocurre otra cosa para arreglarme la mañana que tirarme los tejos descaradamente y mirarme con carita de cachorro ahogado, diciendo que era vecino mío, aunque en la vida había visto a semejante persona.

Y yo hablando atropelladamente, apenas sin darme cuenta de que estaba siendo sometida al tercer grado, porque estaba atiborrando las bolsas a toda pastilla con combinaciones extravagantes (huevos, desodorante y congelado, por ejemplo), viendo que el chico se iba acercando a la caja de al lado y con unas tremendas ganas de huir...

Al final lo he logrado justo por los pelos: he echado a correr, he llenado el coche y he salido disparada en menos de cinco minutos, arrojando sin cuidado las bolsas de la compra al maletero y devolviendo el carro en un momentito.

Encima no he podido correr porque A) Estaba dentro de poblado B) Tenía un coche de la policía detrás de mí.

Desde luego, menuda mañana.

Besazzos,

*Luli*