lunes, 28 de diciembre de 2009

Gingivitis



Queridos lulilectores...


Hoy he ido al dentista. Es una situación que no le deseo a nadie.

Mi problema es que tengo gingivitis porque me aprieto demasiado el cepillo contra los dientes cuando me los cepillo, y siempre estoy sacándome sangre sin querer. Cuando fui la semana pasada a hacerme la limpieza rutinaria, me lo dijeron: me recetaron un enjuague especial y una pasta de dientes específica.

La cuestión: hoy he vuelto para que me mirara las encías y me las limpiara. La tipa era una bruta, y además he descubierto que ir al dentista es francamente humillante. Te ponen bajo un gran foco de luz, que te deslumbra los ojos, en esa horrible silla mecánica que te inclina hasta que tu cabeza casi roza el suelo; mientras observas inquieta los ganchos puntiagudos que los licenciados se pasan sobre tu cabeza, a contraluz. Y luego, inconscientemente, cierras los ojos para no ver lo que pasará a continuación.

Pero, francamente, no hace falta verlo, porque el dolor es inmediato: agudos pinchazos en los nervios de la boca, notando el sabor de la sangre resbalando por tu garganta, con ese aspirador de saliva que hace un sonido atronador y te salpica la cara, mientras el dentista en cuestión te tiene a su merced, te hace daño, ve lo que cenaste el miércoles pasado y tiene tus imperfecciones de la piel en plano detalle, potenciadas estas por la potente luz sobre tu rostro…

He mantenido las uñas clavadas en el asiento mecánico para desahogarme, pero no he hecho ni un solo gesto u señal de dolor. Que se chinche.


Besazzos,

*Luli*

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Esos minutos



Queridos lulilectores...


Hoy voy a hablaros de esa faceta de mi vida como usuaria habitual de tren. Estáis hartos de escucharme mientras me quejo de los viajes arriba y abajo, de los retrasos, de los ratos que pierdo cada día entre que voy y vengo de mi pueblo a Valencia para asistir a clase o correr a mi casa al final de la jornada.


Lo cierto es que, a pesar de que me cuesta mucha paciencia y esfuerzo, el tren tiene cosas buenas. Por ejemplo, acentúa mi personalidad de observadora perspicaz y crítica de mi entorno más cercano. Hay, pues algunos momentos que disfruto de manera especial.


Antes que nada debo poneros un poco en situación. Para coger el tren de Valencia a mi pueblo, puesto que salen cada media hora, suelo ir o bien con algún tiempo de antelación o bien un tanto apurada (suele ser lo segundo; en subir corriendo las escaleras del metro para llegar a la estación hay pocos que me ganen -estoy haciendo piernas xD). La verdad es que esta política mía de "correr hasta el agotamiento y subir exhausta al tren" me estresa bastante, me aburre, me cansa. Aun así, por cuestiones de horario muchas veces no me queda otro remedio.


Sin embargo, a veces hay días en que puedo ir con toda la tranquilidad del mundo a la estación, porque faltan todavía unos veinte minutos para que salga el próximo tren que va a Gandía (vía 5 sector A, normalmente). Cuando llego a la estación, al final del día, no tengo ganas de seguir paseándome por la ciudad o la estación, y lo que hago es sentarme en un banco a esperar que llegue el tren. Y son esos minutos de los que voy a hablar ahora.


Sinceramente (y con vosotros siempre intento ser sincera; os confío mis más íntimos secretos y mis más extraños pensamientos), esos minutos previos a subirme al tren me encantan. Los disfruto muchísimo. Suelo sentarme siempre en el mismo banquito de hierro, frío y bastante incómodo, pero el tiempo en esos ratos parece diferente. ¿Recordáis que hace dos veranos os contaba que en la terraza de mis abuelos me lo pasaba bomba mirando hacia la calle y viendo pasar a la gente? Pues una cosa parecida, pero en invierno, otoño o primavera.


En el mismo instante en el que me siento en el inhóspito banquillo gris, envuelta en mi chaquetón (porque la estación de Valencia es muy fría-), una especie de burbuja parece rodearme y el correr de los segundos se bifurca en dos caminos diferentes: fuera de mi burbuja parecen acelerarse, pero en su interior trotan uno tras otro con la tranquilidad del caracol paseante).


Y frente a mis ojos se forma un gran espectáculo que tengo la suerte de poder presenciar en primera persona, palco VIP, por supuesto, de manera exclusiva: como un cine que proyectara una única película por una sola vez y para una única espectadora (yo). Es como si mi existencia se mimetizara con la pared, como si dejase de estar presente de manera física, y solo mi conciencia quedara atrapada en el ajetreo del día a día. ¿Y qué es lo que ves con tus ojos, Luli?, os preguntaréis después de esta introducción tan metafórica y barroca. Pues cosas normales y corrientes, pero apreciando de manera exclusiva cada detalle, cada sonido, cada sensación.


Desfilan por delante de mí centenares de personas en el transcurso de unos pocos minutos. Personas de todas las edades, de todas las razas, de todas las condiciones o nacionalidades imaginables. Hombres jóvenes vestidos de traje y corbata hablando por teléfono y sujetando maletines en las manos; chicos deportistas, con la bolsa de entrenar colgada de un hombro en actitud pasota; adolescentes pijos con los pantalones ajustados; señores mayores con camisa a cuadros y un jersey de lana por encima o, también, auténticos caballeros con gabardina, zapatos lustrosos y sombrero de ala ancha en la cabeza...


También hay niños, muchos niños: rubios, blancos, con las narices sonrosadas por el frío; o chiquillos llorosos, sonrientes o traviesos que hacen sudar a sus padres porque no saben estarse quietos: gritan, corren, se pelean, ríen, juegan, cantan o miran con sus redondos ojos todo su alrededor, tratando de absorberlo todo con una inocente mirada.


O las mujeres. Altas, esbeltas y sinuosas, con hermosas melenas y porte altivo; algunas más humildes, algo mayores, cansadas igual que yo del día que acaba de pasar, con uniformes, con chaquetas; chicas de mi edad, estudiantes cargadas con bolsos o carpetas, con bolsas de plástico de tiendas en las que han entrado para darse un capricho... Muchas botas. Y botines. La gran tendencia -una vez más- de este otoño/invierno son las botas. ¡Hay tantas maneras de llevarlas! No me hace falta comprarme un catálogo de moda, sólo con fijarme un poquito se me ofrecen grandes ideas. Con vestidos, con vaqueros, con medias, con falda; planas, de altísimo tacón; marrones, negras, color crema...


He de decir que las mujeres valencianas son muy elegantes, en general. Siempre veo a algún que otro elemento no identificado (como en todas partes), o algún miembro de singulares tribus urbanas; pero suelo quedarme embobada mirando el estilo y el porte que tienen las féminas al vestir, ¡incluso las señoras mayores! Las veo con sus tacones, con broches de oro y pendientes, bien perfumadas y maquilladas; nada de las cutres batas de florecitas con las que se presentaban las mujeres de mi pueblo al supermercado este verano pasado. Mujeres distinguidas, seguras de sí mismas, fuertes. Ríete tú de las celebrities. Yo veo la realidad.


Sinceramente, lulilectores, esos minutos para mí son oro, y muchas veces me sabe hasta mal y todo que llegue la hora en la que la vocecita femenina retumbe por toda la estación anunciando que el tren va a salir inmediatamente. Pero me subo, a mi pesar, guardando todo lo que acabo de contemplar en mi memoria y ahí lo archivo, para poder contároslo a vosotros después. Y luego ya me siento en cualquier asiento vacío y leo, o echo una cabezadita si es muy tarde.


El tren es pesado, como ya he dicho por ahí arriba, pero... siempre se aprenden cosas nuevas.



Besazzos navideños, queridos lulilectores.


*Luli*

jueves, 10 de diciembre de 2009

Espíritu navideño



Queridos lulilectores...

Sinceramente, creo que la Navidad es la época más bonita del año. No lo creo: estoy convencida. Ahora, con la llegada de diciembre, es habitual ver luces en las calles, en los balcones, en los árboles, en las ventanas. Encontramos de todo.

Gente con prisas, comprando regalos arriba y abajo, hablando por teléfono con estrés; niños sonrientes e ilusionados, muchos colores, mucho frío, gente emocionada ante las fiestas, o gente indiferente... arrrg no sé cómo describirlo (¡Luli no encuentra las palabras!).

Árboles. Estrellas. Nieve. Rojo. Verde. Brillo. Blanco. Papá Noel. Los Reyes Magos. El Calvo de la Lotería (que ahora se pasea por Bilbao). Regalos. Deseos. Felicidad. Añoranza. Magia...

Tiene ese no se qué. Ese algo. Cada año que pasa estoy más segura de que la Navidad es mi época favorita, más especial. Y no precisamente porque las Navidades signifiquen todo lo que representan (amor, familia, amistad, paz, etecé); no. A veces podremos tener unas Navidades de lo más desgraciadas, o de lo más afortunadas, pero todas ellas tendrán algo en común: ¡las Navidades mismas! Aunque las repudiemos o las deseemos como el que más, volverán cada año, nunca nos fallarán, siempre estarán ahí (y siempre por las mismas fechas). Y vuelta a empezar.


Ahora mismo (quizá de ahí venga mi ñoñería) acabo de empaparme de uno de mis clásicos navideños de cada año: la inolvidable Love Actually, sus preciosas historias y su final más bien americano; pero intento no pensar en ello (prefiero pensar en Rodrigo Santoro *¬*). Me ha hecho añorar la nieve, el frío (sí, que el otro día yo aún iba con manga corta por la calle ¬¬), una chimenea (nunca tuve una chimenea, ¿y qué?).


Tenía pensado hablar en la entrada de hoy del incendio que tuvo lugar cerca de mi casa el lunes pasado, pero esa sería una entrada mucho más triste y descontextualizada. No. Ahora toca hablar de la Navidad. Miento. Toca vivir la Navidad, disfrutarla como si fuera nuestra última, o como si fuera la primera.


Nunca habrán suficientes Navidades como para que me canse de ellas. Ojalá todo el año fueran Navidades: el mundo entero parece sumido en un mismo sueño, todos viven una misma senscación; existe complicidad y entendimiento, incluso me atrevería a decir que igualdad. Sí, igualdad ya que tanto hombres como mujeres, ricos como pobres, niños como ancianos, feos como guapos... en esta época del año tienen algo en común. Y a nadie parece importarle.


Me encanta la Navidad.


Me encanta la Navidad.


De veras.



Y siento que, si sigo tratando de describir algo tan grande, acabaré por estropearlo con mis absurdos balbuceos. Además, ¿qué voy a contaros yo que no sepáis? Mejor os dejo el gusanillo y la mente despejada para que podáis pensar.


Feliz Navidad, queridos lulilectores. Feliz Navidad.



Besazzos,


*Luli*

viernes, 4 de diciembre de 2009

Una buena acción



Queridos lulilectores...


Vengo ahora mismo de la peluquería, ¡qué rara me veo! Vuelvo a llevar flequillo y no me reconozco en el espejo a mí misma, pero mis padres opinan que me queda bien... en fin tendré que volver a acostumbrarme poco a poco a la nueva imagen de mi reflejo. =)


Cambiando de tema: me he puesto navideña. Era evidente que no tardaría, pues ya estamos en diciembre y el invierno ha entrado con fuerza pero, aun así, estoy comenzando a tener pensamientos... distintos a los del resto del año, no sé si me entendéis.


He decidido que, este año, en vez de ochocientosmil propósitos para año nuevo, voy a sustituir estos por una buena acción. Una buena acción que, para empezar, me va a costar un gran esfuerzo...


Pretendo deshacerme de la ropa que ya no uso, y darla a la Iglesia, o depositarla en algún contenedor especial. Hasta ahí, no parece tan complicado. El problema viene en que hace mucho tiempo que no hago limpieza de ropa y, aunque hay muchas cosas que ya no uso, no puedo evitar preguntarme si, una vez me haya desecho de esas prendas, las echaré de menos. Grr... cochino capitalismo.


Siendo realistas, la ropa ya no me cabe en el armario (no es que mi armario sea el vestidor de la Beckham, pero de todas formas está llenito llenito). Así pues, me armaré de valor para decirle adiós a cosas que he llevado mucho tiempo, pero que ya no tengo intención de ponerme más (porque hace años que no lo hago). Además, visto de otra manera: así puedo renovar el vestuario para las rebajas.


Solo de pensarlo me estoy poniendo mala... pero tengo que hacerlo, creo que me sentará bien. =)


Por otro lado, ahora dejaré ahí al lado (en la barra lateral) una lista de cosas que me he propuesto hacer este puente. Sé que al no haré la mitad, pero tengo que probar; por lo menos hacer lo más importante. Cuando volvamos del puente os haré el pequeño resumen de los puntos que he conseguido realizar). Estoy súper activa, ¿no lo notáis?


Besazzos!!


*Luli*

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Vanidosa



Queridos lulilectores...

Después de semanas de letargo, la llegada del invierno parece haberme despertado: las palabras escapan de mis manos como movidas por una extraña fuerza invisible y no puedo dejar de hablar, aun a pesar de tener tan poco tiempo y estar de trabajo hasta las narices y más allá. Santa musa.


En fin, hoy os tengo preparada una entrada distinta a la de ayer, más en la línea filosófica y reflexiva (ya sé que la Luli pensativa es un poco más aburrida que la Luli anecdótica, pero prometo que hoy no me explayaré demasiado).


El tema en cuestión: hoy una compañera de clase me ha llamado "vanidosa". Procederé a contextualizar un poco.


En primer lugar, presentaré a la muchacha, para que todos vosotros, mis fieles confidentes, la conozcáis. Podría decirse de ella, pues, que está dentro de mi grupito de amigos de la universidad (seremos unas 6 o 7 cuando estamos todos, a veces menos, a veces más). La conozco desde hace relativamente poco, estrechamos lazos casi a finales del curso pasado, pero este año no nos hemos separado en casi ningún momento, aunque no es de "mis mejores amigas". Me cae bien, es buena muchacha.


Aun así, como soy muy observadora (según habréis observado =P) con el tiempo una no puede evitar fijarse en la manera de ser de los demás, y de reaccionar que tienen ante las diversas situaciones. Y, a través de las semanas, he llegado a una serie de conclusiones sobre su persona:


En apariencia, es muy alegre, vivaracha y charlatana (llamémosla Sujeto M). Demasiado charlatana: en clase siempre está cotorreando, y no se corta un pelo a la hora de levantar la voz, solo que, muchas veces, ella no se da cuenta de eso (lo cual, en mi opinión, es un poco peligroso, porque ella sí que sabe decirnos a las demás que callemos, de lo cual deduzco que no ve la joroba de su propia espalda, pero sí que sabe criticar la de los demás). También sospecho (no lo puedo asegurar), pero sospecho que proviene de una familia "pudiente", porque creo que su padre es contable y su madre trabaja en un banco, o cosas así. Tiene, pues, una ideología bastante conservadora; no es que me moleste, pero me he dado cuenta de que es un poco radical (muy de la vieja escuela como para ser tan joven, no sé si me explico).


Protesta mucho, critica mucho. Muchas veces mira silenciosamente a su interlocutor con una expresión indefinida pero que, no sé por qué, a mí me da la sensación de que en ese momento está pensando mal o no está de acuerdo. Lo calificaré como mera intuición, por no hacer juicios no acertados. No creo que describir su físico sea de importancia, pero puede que tenga algo que ver en su manera de pensar, no lo sé: os diré solo que está un poco... oronda, aunque tiene unos hermosos ojos cristalinos que presentan cierto aire felino: son rasgados y tiene unas pestañas preciosas.


Esos, según mi criterio, son los rasgos más destacados de Sujeto M. Eso y que se estresa mucho a la hora de hacer trabajos: es algo mandona y renegona, y (por favor no me odiéis por decir esto) pero creo (creo) que no es demasiado inteligente. Lo que pasa es que tiene tanta labia que lo disimula un poco, y utiliza un buen vocabulario a la hora de expresarse. Pero es la sensación que me da.


Ahora que ya sabéis más o menos cómo es ella, pasaré a contaros la situación exacta en la que nos encontrábamos cuando ha sucedido el fenómeno. Era en las escaleras de fuera de la biblioteca, esperando a que otra compañera saliera. No estábamos nosotras dos solas, éramos unas cuatro. Ellas hablaban -para variar- sobre un cochino trabajo que estamos haciendo en una asignatura. Últimamente no tienen otro tema de conversación. Yo, aburrida, escuchaba a medias y miraba a la gente que había alrededor nuestro.


Y vi una escena que me llamó la atención: en dos bancos diferentes había, en uno una chica, y, en el otro, un joven pelirrojo (NO era nuestro pelirrojo xD, era un tipo bastante menos espectacular). Los dos comían en silencio, ambos mirando al frente. También coincidían en que los dos tenían al lado una bolsa de Mercadona con las cosas que estaban ingiriendo, y algo de bebida. Y ambos tenían una mirada ausente, como si estuvieran pensando: "Qué triste es comer rápidamente en un lugar público, con este frío que pela y no teniendo a nadie con quien compartir mi agobio". Os juro que sus miradas reflejaban esas palabras. Incluso parecían tener una edad similar.


Mi alma imaginativa y mi espíritu soñador hicieron el resto: en seguida los vi de una manera diferente, como si aquella escena fuera el comienzo de una película en la que dos perfectos desconocidos entrecruzan sus caminos por una casualidad de la vida y, para su sorpresa, descubren que tienen muchas cosas en común. ¿Terminarían enamorándose?


Fui incapaz de callarme por más tiempo y, en seguida, interrumpí a las demás para que observaran aquel prodigio del Destino: cómo una escena de lo más sencilla y banal podía llegar a convertirse en una bonita historia con algo de creatividad. Y lo dije absolutamente divertida y animada, para cerrarles la boca ya con el trabajo y que cambiaran de tema.


Las situé en el plano y les describí lentamente la situación. En seguida, la más espavilada salta:


-Demasiado típico.


-Es verdad -acepté con gusto su crítica: ciertamente, estamos hartos de ver películas así.


Pero yo seguía con mi parafernalia de suposiciones, diciento que, a pesar de todo, con un enfoque diferente se podía conseguir una mínima originalidad. Entonces, sin previo aviso, mis improvisados protagonistas comenzaron a moverse por el escenario que yo había creado para ellos: el chico acababa de comer y se levantaba para marcharse, dejando atrás la bolsa de Mercadona, seguramente vacía, abandonada en el banco que había estado ocupando. Pero, lo mejor de todo ello, era que la chica, como para satisfacer mis más ávidos deseos, contemplaba su partida con atención y cierto aire pensativo: como fijándose en el muchacho pelirrojo y dedicándole un breve, pero precioso, pensamiento.


Ese apoteósico final para mi pequeña historieta me hinchó de gozo y me puse a parlotear con buen humor sobre lo que había pasado. Y, con cierta ironía, felicitándome a mí misma por haber descubierto aquel pequeño tesoro entre la triste monotonía que se cernía sobre todos. He empleado expresiones del tipo "Si al final va a ser verdad que hay una cineasta en mí" o "Vosotras nunca os hubiérais dado cuenta, ¿eh? ¡Si es que soy la mejor!".


Y entonces, me suelta Sujeto M, toda borde:


-Sí, y un poco VANIDOSA.


Mi primera reacción ha sido abrir mucho los ojos, pero después he soltado una sonora carcajada y he replicado, con algo de frialdad:


-Veas. Si yo no me alabo a mí misma, ¿acaso lo hará alguien? ¿No te he dicho nunca que no tengo abuela? (*esta última expresión como pura metáfora*).


Pero, sí que es verdad, me ha cortado el rollo. Y me he callado... para pensarlo.


Muchas veces uso ese tipo de frases, del tipo "Qué bé sóc; qué haríais sin mí; dadle las gracias a mis padres por mi existencia cuando los veáis...". Pero, cuando las digo, no "me las creo", por decirlo de alguna manera, sino que siempre las digo entre risas o con ironía, cuando el ambiente es relajado, y, a veces, la frase surge cuando digo o hago alguna cosa evidente o, quizá, algo que a nadie más se le ocurre en ese preciso instante. Pero, de igual manera, también le digo a mis amigas otras tantas "Eres la mejor; no nos abandones; tu lucidez me ciega..." exactamente en el mismo tono.


En realidad, he oído a muchísima gente decir esas frases, seguro que vosotros mismos también lo habéis hecho, o sabéis de personas que las sueltan sin ningún reparo. Yo lo considero como algo normal, sin más; no le doy más vueltas.


Es ahora cuando me pregunto: ¿por qué le ha molestado tanto a Sujeto M que yo lo hiciera? ¿Por qué en seguida me ha tenido que tachar de "vanidosa"? Ese concepto, para mi gusto, es un poco fuerte, y yo nunca lo pronuncio a la ligera. Me parece mucho más fuerte que, por ejemplo, el término "creída"; quizá porque se trate de una palabra un pelín más culta, menos estándar, menos común, no lo sé. Pero le he estado dando muchas vueltas.


Y se me ocurren varias respuestas, o preguntas por responder. ¿Es que le había molestado que yo la interrumpiera mientras soltaba su tétrica perorata sobre el trabajo, y quería contraatacar con algo de mordacidad? ¿Es que mi pequeño juego le había parecido una niñez y, encima, le resultaba demasido para el cuerpo tener que soportar, encima, mis autofelicitaciones? Siendo un poco más siniestra... ¿Acaso tenía envidia de que se me hubiera ocurrido semejante cosa y, de tanto oírme, realmente hubiera querido ser ella a quien le hubiera venido a la mente para lucirse? ¿Puede que ella lo hubiera pensado pero no hubiera dicho nada, con lo que yo quedaba como descubridora de un pensamiento suyo y, por lo tanto, usurpadora de su mente? O... limitándome a la pregunta más sencilla: ¿soy realmente una vanidosa?


¿De verdad me creo mejor que los demás? ¿De verdad siempre estoy dando gracias al mundo por haberme traído aquí? ¿Me veo a mí misma como la salvadora de la Humanidad? ¿Como un peón imprescindible que evitará que esta se hunda en su propia miseria? ¿Es Luli el ser más soberbio con quien habéis tenido la gran desgracia de tropezar? ¿Soy prepotente? ¿Arrogante? ¿Altanera? ¿Orgullosa?


...


¿Vanidosa?


¿Cómo es eso posible? ¡Si yo muchas veces me siento confundida, insegura, insignificante! ¡Si muchas veces me lamento aquí mismo de mi torpeza, mi mala suerte, mis errores! Venga ya... ¡si no paro de quejarme! ¿Tan grave es que me eche flores de vez en cuando? ¿Tan mala imagen puedo dar a los demás? ¿Soy tan antipática y creída como me ven? Evidentemente, no puedo responder a ninguna de estas cuestiones; comprended que no podría ser imparcial. Además, ahora no puedo evitar atormentarme con el dicho de "maté a un perro y mataperros me llamaron". ¿Me habrá tachado para siempre de borde sin remedio?


Sinceramente... no me ha sentado mal del todo que me dijera eso, porque yo estaba de risas y tampoco le he dado más importancia: le he hablado con normalidad el resto de la tarde y he apartado esas reflexiones de mi cabeza. Al fin y al cabo... ella tampoco es perfecta y, a pesar de que podría censurarla y criticarla en muchas cosas, no lo hago. Y eso mismo, ese sencillo acto en el que yo no le recuerdo a ella sus errores... me hacen pensar, de nuevo, que, después de todo, ella es igual de vanidosa que yo, o incluso más, porque, a pesar de no ser perfecta, sí que se toma la libertad de decirle a los demás que no lo son.


Es más, puede que eso denote su poca autoestima y su poca confianza en ella misma: se protege bajo una alta fachada de aparente madurez y trata de desprender serenidad y decisión recriminando a los demás todos los defectos, cuando, en verdad, por dentro está indecisa y confusa, encerrada bajo una coraza que, si alguien llegara a rozar, seguro que encontraría la grieta que sacaría a relucir todos sus temores. Y, solo por ello, o precisamente por eso, debería mantener la boca cerrada.


Que ya venía claro en la Biblia: "Que tire la primera piedra quien esté libre de pecado".


No sé... en el fondo, ella me da igual. Pero, irremediablemente, la espinita ya ha sido clavada en mi conciencia: ¿vosotros me veis vanidosa, lulilectores? Y, tanto si la respuesta es sí como si es no... ¿qué creéis: que es bueno o malo?


Qué difícil es vivir la vida...


Besazzos,


*Luli*


P.D.: Al final sí que me he extendido un poco, lo siento...

lunes, 30 de noviembre de 2009

¡Qué alegría más tonta!



Queridos lulilectores (esta vez en castellano)...


¡Qué alegría más tonta tengo! Ya sé que os he escrito esta mañana una entradilla fugaz, pero no puedo dejar de comentaros lo que me ha pasado hace un rato.


Como siempre, va sobre mi vida. Y, en concreto, sobre mi vida como asidua usuaria de lo que aún es Renfe (el tren, vamos). En realidad es una tontería como una casa, pero... me he puesto de buen humor para el resto del día. Y el gran secreto es... ¡¡¡he ligado!!!


Jajaja, lo contaré con tranquilidad. Hoy, de alguna manera, ya me veía venir que no iba a ser un día como otro cualquiera. Lo he notado porque me ha dado tiempo a ducharme, arreglarme y marcharme de casa sin prisas, estreses ni resoplidos de impaciencia (mi pan de cada día), sino que he desayunado tranquilamente e, incluso, me he metido con rapidez en Internet para daros los buenos días con lo primero que me ha venido a la mente.


El segundo suceso de la mañana (lo de que he salido de casa sin agobios cuenta como suceso, noticia o portada de los periódicos, por lo menos) ha sido mi encuentro con un simpático ancianito en el autobús. Puede que algún día os hable de mis viajes en autobús (medio de transporte que también utilizo con frecuencia), pero tendrá que ser en otra ocasión. Nunca había visto a ese viejecito. Y, por una vez en su vida, el Señor D. ha actuado para bien. Me explicaré.


De normal, en el autobús, yo siempre me siento en el mismo sitio (cuando hay sitio, pero casi todos los lunes el asiento está libre); justamente hoy estaba ocupado por una mujer. Sin preocuparme lo más mínimo (otra muestra de mi buen humor) me he sentado en la otra parte, pegada a la ventana, como habitualmente. Y, al cabo de unas dos paradas, ha entrado él. En apariencia, era un señor como cualquier otro: vestido de marrones y cremas, con gafas y una boina que le tapaba la cabeza calva.


Lo primero que me ha dicho ha sido: "¿Eso es el almuerzo?", señalando el paquete de rosquilletas que iba comiendo tranquilamente. Me he sentido algo cohibida, y he asentido tímidamente (no estoy puesta a que los desconocidos me aborden, pero tendré que empezar a acostumbrarme, pues en valencia parece algo habitual). En seguida se ha mirado el reloj, como riñéndome: "Son las 12.15h", me ha dicho con una media sonrisa. Después de tragar lo que estaba masticando, le he dado la razón, pero he dicho que era porque tenía hambre, ya que en casa había desayunado (cosa completamente cierta).


Y el viaje ha seguido hasta que, dos o tres paradas antes de que me tocara bajar a mí, he sacado un zumo para completar mi almuerzo. No he podido evitar mirarle de reojo y reírme un poco, pero me ha mirado riendo también y me ha dicho "Veo que vas preparada". "Es que ya son muchos lunes", le he respondido entre trago y trago. "Sí, pero... hay mucha gente que no se preocupa de las cosas, que va al... al..." "¡Al tuntún!", hemos exclamado los dos a la vez. "Lo sé", he concluido yo. Se me ha quedado mirando pensativamente y, mientras él se levantaba para apearse del autobús, ha añadido "Eso es muy bueno, que vayas siempre preparada. En eso eres igual que yo". Y ha bajado para mezclarse con la multitud de la calle.


Eso debe haber sido una señal (algo más tranquilizadora que la de la gitana del otro día). Era como... mi hado madrino: un ancianito simpático, sabio y observador que, sin saberlo, se hará famoso entre vosotros lulilectores porque lo estoy mencionando aquí con pelos y señales.


Pero en fin, eso no tiene nada que ver con mi alegría tan tonta (no es con él con quien he ligado). Ha sido en el tren, al volver a casa para comer. He decidido coger el de las 14.56, con toda la calma del mundo (eso de no subir al tren corriendo es un vicio al que me estoy malacostumbrando, ¡qué delicia, por Dios!). Y, como he llegado con tiempo, he decidido que, por una vez, me iba sentar al final del todo: en el último asiento del último vagón. Digo "por una vez" porque a mí, de normal, me encanta sentarme al principio, en el primer vagón, pegada a la ventana (cómo no) y con un libro entre las manos. Pues al volver me he dicho: "bah, un día, un día es", y allá que he ido, al último vagón, esperando encontrar paz y sosiego, ya que la muchedumbre se suele agolpar en el centro o, a las malas, en el principio.


Estaba muy a gusto, porque no había casi nadie. He sacado mi libro y me he puesto a leer. Y, justo un minuto antes de que las puertas del vagón se cerraran para irnos ya, se sienta en los asientos de la derecha un chico muy alto, unos 21 o 22 como mucho, con el pelo negro y rizado, y los ojos oscuros. Me lo he quedado mirando unos instantes a propósito, pero por una extraña coincidencia: justo en ese momento había estado leyendo en el libro de turno una descripción de un chico joven, alto, de pelo negro rizado y mirada profunda. Como veréis, se trataba de la misma persona. Y ha sido raro, porque acababa de leer la frase, levanto la cabeza y... ¡pum! Las palabras se transforman en imágenes ante mis mismísimas narices. Qué fenómeno, ¿no?


El caso es que el muchacho se ha percatado de que yo lo contemplaba con interés (está claro que no podría haber averiguado mis motivos, pero, por alguna razón, los ha... cómo decirlo... malinterpretado). Me ha devuelto una mirada larga, sin pestañear hasta que yo, incómoda, he desviado los ojos, algo molesta, todo sea dicho. He pensado: "¿Ah, sí? Conque esas tenemos... pues para que te enteres, chaval, no pienso volver a mirarte en todo el trayecto". Y me he concentrado en el libro, sin pensar más en ello.


Dos paradas después, la mujer que tenía delante de mí se baja del tren. Y, sin cortarse un pelo, el tío coge todas sus cosas (bolsa, chaqueta, bufanda, todo) y, visto y no visto, se planta en el recién despejado asiento. Vamos, en mis morros. Sus rodillas rozando las mías. Es que ha sido superdescarado, lulilectores, no os podéis hacer una idea.


Yo me he quedado, por un instante, absolutamente estupefacta. He levantado la vista de las páginas, extrañadísima, y me lo he quedado mirando (no me lo podía creer). Y él ¡no despegaba sus ojos de los míos! He sentido un calor que me subía por dentro y me he turbado un montón, me ha costado la ayuda de todos mis dioses (Brad Pitt incluido) para no partirme la caja allí mismo. Guapo, lo que se dice guapo, no era. Pero feo tampoco. Un Chotulus adriano A (así repasáis =P). Seguramente, antes pensaría que yo estaba loca por él o algo por el estilo, porque si no es que no me lo explico.


A partir de ese momento, mi lectura ha sido muy distraída. Todo el tiempo intercambiando miraditas (el juego de las intermiraciones, lo llamo yo: ahora sí, ahora no, ahora tú, ahora yo... rima y todo). Y, claro, me ha visto sonreír nerviosamente; él también ha esbozado alguna que otra sonrisilla (muy dulces, a decir verdad). Yo estaba afrontadísima. En todo momento pensaba: ahora bajará, ahora, ahora... pues no. Nada de nada. Me he bajado yo primero, y eso que soy de las últimas paradas. He supuesto que es de Gandía (por pura estadística, pero siempre puedo estar equivocada).


En el momento en el que yo cerraba el libro, me ponía la bufanda, la chaqueta, sacaba las llaves del coche, etcétera, él ha fijado sus dos focos sobre mí que yo no sabía para donde mirar, de lo fatal que lo estaba pasando, ¡qué incomodidad, por Dios! He tenido que resoplar y medio reírme, para aliviar un poco la tensión. Encima es que estábamos prácticamente solos, o sea que cada movimiento mío o suyo destacaba mucho más. También he notado que su pierna tocaba la mía con bastante frecuencia, incluso cuando el tren no daba esos molestos botes. ¿Casualidad? (¬¬)


Eso sí, las manos me han gustado: limpias y viriles, pero con cierta suavidad, pues tenía los dedos muy largos y las uñas bien cortadas, requisito indispensable (siempre me fijo en las manos de la gente). Y la voz era profunda y algo ronca: le daba algo de misterio (lo sé porque ha mantenido una brevísima conversación telefónica).


No sé... es evidente que le he gustado, de eso me he dado cuenta hasta yo, pero creo que lo ha estropeado un poco: chico, ya que haces el esfuerzo de venir a mi lado y sentarte delante, sin parar de mirarme en 40 minutos, por lo menos acábalo de arreglar y dime algo, no te quedes ahí plantado. Aun así, en el fondo, tampoco se lo he podido reprochar del todo: era evidente que se trataba de un chaval bastante tímido (porque su sonrisa no era picarona, sino muy suave y dulzona, como ya he dicho antes), así que la cosa se ha quedado ahí.


Me he levantado en "Próxima parada, Tavernes de la Valldigna" y he murmurado un tenuísimo "adéu", mientras él me sonreía por última vez y decía "hasta luego" observando con impotencia mi figura atravesar la puerta (lo he visto de reojo).


Y... esta ha sido mi historia de hoy, con una breve conclusión, hipótesis alternativa y epílogo.


Conclusión: imagino que, a partir de ahora, el chico tratará de volver a subirse al tren de las 14.56 en lunes, tal vez vaya al vagón del fondo aunque, si es listo, subirá al primero y me buscará con la mirada por todos hasta que me encuentre (*voz soñadora y romántica off*). Luli bajando a la tierra: no creo que vuelva a verle porque está comprobado que, cuanto más buscas a una persona por los trenes, menos la encuentras, al pelirrojo me remito.


Hipótesis alternativa: ¿y si me miraba tanto porque el asiento que yo ocupaba era donde él suele sentarse todos los lunes a las 14.56 y se trataba de una sutil indirecta para que moviera mi culo un asiento más allá y le dejara a él la ventana?Negrita (Para que no me llaméis creída... ¬¬).


Epílogo: he vuelto a mencionar al pelirrojo porque, efectivamente, el mundo es un pañuelo. ¿Sabéis que he averiguado su nombre? ¡Sí que se llamaba Edu! Edu Manrique, para ser concretos. ¿Y cómo sabes eso, Luli? Si aguantáis la explicación a estas alturas, os lo cuento en un momento.


Resulta que colaboro también en otro blog (a parte de los de clase), con dos compañeras de mi carrera. Lo creamos este junio pasado, en principio para criticar a otros compañeros; pero también para expresar nuestros pensamientos, anécdotas... en fin, una cosa parecida a esto, pero con 3 autoras en vez de una. Como solo tenemos unos 3 lectores (sin contarnos a nosotras), el otro día decidimos crearle un Facebook, un Tuenti y un Twitter a la página para conseguir adeptos.


Personalmente, no como Luli sino como X (mi nombre verdadero ;p) no tengo ninguna de las tres cosas. Tuve Tuenti una temporada, no llegó a un año, y lo borré. Decidí que era adictivo y peligroso (ya sabéis cómo me pongo yo a la hora de proteger mi intimidad), así que me deshice de él; desde entonces, vivo de lo más tranquila. Aun así, como coautora anónima de un blog no tengo ninguna objeción, así que me sumé con la justa medida de entusiasmo a la idea.


Y, poco a poco, mi amiga (no se cuál de las dos) fue agregando a gente desconocida como amigos para que echaran un vistazo a nuestra página. Ahora tenemos 33 o 34, más o menos, de los cuales no conozco a ninguno pero... ¡cuál no fue mi sorpresa al ver que uno de tantos, un chaval, tenía una foto con... UN SINGULAR PELIRROJO! En seguida pinché la foto y... tachán: allí estaba la etiqueta, clara como el agua. Edu Manrique. Igual de guapo que en directo. Me cayó la baba durante un rato. Pinché en el Tuenti de Edu, pero lo tiene restringido. No importa, al menos sé que mis investigaciones no llevaban a ninguna parte, sino que eran de lo más reales.


A veces lo pienso detenidamente y me sigue pareciendo extraño: solo con ver a una persona una vez en el tren, ya sé de él un montón de cosas: su nombre, su apellido, que vive en Cullera, que estudia en la privada, que tenía novia (no sé ahora), que es prepotente, algún amigo que tiene... cosa rara, no?


Hoy se me ha ocurrido meditarlo: imaginad, por un momento, que el chico de hoy, el del pelo rizado, se pone a hacer averiguaciones sobre mí. Una chica alta, con gafas, pelo largo y claro, onduladito (la permanente lentamente me dice adiós...). De Tavernes de la Valldigna. Que lee y tiene un iPod nano rojo (*¬*). Empieza así y acaba por saber mi nombre, u otras cosas de mí. Qué miedo, ¿no? Aunque se va a tener que esforzar mucho, porque yo no tengo Tuenti ni Facebook, así que las cosas están algo más difíciles, pero oye... quien la sigue la consigue, ¿no dicen eso?


En fin, Lulilectores, podría seguir escribiendo mucho más, porque hoy tengo una alegría super tonta gracias a que el muchacho este se ha fijado en mí (aun a pesar de mi cara de pocos amigos que le he puesto al principio de "nuestra relación" y aun a pesar de que hoy llevaba las gafas feas, de culo de vaso), pero lo voy a dejar estar, porque soy consciente de que leer mucho rato cara a la pantalla es un rollo patatero y, más aún, si eso que estás leyendo son los desvaríos de una pobre loca.


Gracias, una vez más, por estar al otro lado y hacérmelo saber.


Grandes besazzos (hoy doble ración),


*Luli* ;)

Si fuerra russa



Querridos lulilectorres...


Zi fuerra russa, este blog hubierra szido diferrente desde el prrimerr día, porrque mi aszento russo me hubierra delatado y en szeguida hubiérrais adivinado que, en realidad, yo no podía serr Luli Manuli, sino una russa impostorra que se hubierra hecho paszar por Luli, es decirr, por mí, con lo que, en realidad, Luli no hubierra szido una invenssion mía, sino de la russa que se haría pasar porr mí (o porr Luli), aszí que, en rrealidad, ni Luli ni este blog hubierran existido tal y como lo han hecho, con lo que vuestrras vidas como lulilectorres hubierran sido completamente diferrentes.


Esperro que me hayáis entendido.


(P.D. : no tengo nada contra los russos).


Besazzos,


*Luli*


(preparo una bonita entrada, cuando tenga un hueco la subiré).

jueves, 12 de noviembre de 2009

Chiste cruel de la semana



Y con esto no quiero decir que cada semana vaya a hacer un chiste cruel, lo que pasa es que este, en concreto, me hizo reír (al final los chistes más malos son los más divertidos, nunca entenderé por qué).



En fin, sin más dilación, os dejo con él.





-Mamá, mamá, de mayor quiero ser
bailarina.


-Encima de paralítica,
gilipollas...


Ahora los tomates que queráis y más (como defensa personal diré que no me lo he inventado, por si sirve de algo).



Besazzos, Lulilectores.



*Luli*

lunes, 9 de noviembre de 2009

Mitos zíngaros




Queridos lulilectores...



Aunque no he muerto, como podréis comprobar por vosotros mismos, estoy últimamente un tanto ocupada. ¿Sabéis una cosa? Le estoy empezando a coger algo de tirria a esto de los blogs. Jajaja, no os asustéis, por el momento no voy a dejar de escribir; la razón es mucho más sencilla: en la Universidad el profesor de turno nos obliga a utilizar constantemente el blog de la cuenta virtual como herramienta de trabajo. Es una asignatura de Documentación, aunque, más que documentarme, parece que esté aprendiendo informática, porque nos tiene todo el día cara a la pantalla. Y yo, entre pitos y flautas, me paso la vida en el otro blog, así que, como es de esperar, luego no me muero de ganas por entrar en este.


Sin embargo, no dar señales de vida también es de mala educación, y, al fin y al cabo, con este blog no trabajo, solo es ocio, así que, como cada vez que me pasa una cosa interesante, he decidido pasarme y compartirlo con vosotros.


A decir verdad, mi vida sigue su rutina habitual: sigo sin blanca, estoy bastante ocupada, tengo prácticas y deberes cada semana, y poco tiempo para rascarme la panza; me siento bastante cansada, pero, por otro lado, me alegro de que ya haya llegado el frío, que me apetecía un montón.


Hoy, para variar, me ha sucedido algo interesante. Estaba yo tan tranquila, en la parada del autobús, esperando a que viniera el número 40, cuando, de pronto, se acerca una gitana chillando como una loca: "¡Romero de la suerte! ¡Romero de la suerte, el mejor romero de toa Valencia! ¡Romero de la suerte!".


Y se ha puesto a hostigarnos (a mí y a las otras personas que estaban en la parada). Lo primero que ha hecho ha sido soltar una retahíla de bendiciones y oraciones con la que nos adulaba; a mí, en concreto, me ha deseado que lo apruebe todo, todas las asignaturas, que goce de salud y que todo me vaya bien en esta vida y en las posteriores. Ha estado un rato dando la vara, diciendo que rezará para que Dios, Jesús y María estén con nosotros, y que ella creía en la Iglesia, tanto en la católica como en la evangélica, y que tengamos mucha suerte, y que amén.


¿Y qué ha pedido a cambio? La voluntad.


Era de esperar; claro que era de esperar. Si todos vamos a por lo mismo. Yo he tratado de eludir su mirada todo lo que he podido y más, pero al final, igual que a los demás, me ha arrullado como a los que estaban a mi lado. Le he dado 50 céntimos a cambio de un ramillete de romero que apestaba a tabaco (porque la gitana estaba fumando), y me he despedido con una sonrisa torva.


Me he subido al autobús mosqueada, pensando en el incidente. ¿Por qué narices acabo de pagar 50 céntimos por un matojo de hierbajos que ni quiero ni me va a servir para nada? ¡Y a saber de dónde lo ha sacado la mujer esa! Pero luego he seguido meditando: supongo que los he cogido porque esa gitana me daba un poco de miedo. No miedo de "me va a atacar si no le doy nada", sino que, seguramente, mi subconsciente me habrá advertido de que solo tenía dos opciones: o ser bendecida... o ser maldita.


Sí, sé que es una chorrada, quiero decir, a estas alturas de la vida, comportándome como una ciudadana estresada y ocupada (sin tiempo, con prisas, sin fijarme en los pequeños detalles de la vida cotidiana)... ¿quién se va a tragar la tontería del romero de la suerte? Soy perfectamente consciente de que esa mujer no era ninguna hechicera zíngara, ni una adivina ni nada por el estilo (llevaba un chándal ochentero y un cigarro en la mano), pero... ¿por qué me ha dado tanto miedo de que pudiera echarme un mal de ojo? ¿Por qué no le he dicho simplemente: "señora, váyase y déjeme tranquila, que no quiero nada"? Sin darme apenas cuenta, he pensado: seguro que sabe cómo echar un mal de ojos...


No sé. Creo que hay personas con un cierto misticismo con las que uno está predestinado a encontrarse. Sinceramente, no creo que justamente yo estuviera predestinada a encontrarme con esa gitana, ha sido pura casualidad, pero quizá haya sido una especie de preámbulo, una señal antes de volver a sufrir un encuentro sobrenatural con alguien que esté un poco desequilibrado. ¿Me estáis leyendo? Madre mía, es que ni yo misma sé cómo justificar la tontería esta que estoy diciendo, parece mentira, me autosuponía un poco más de sentido común. ¡Pero si yo no soy supersticiosa! Nunca he creído en esas cosas, ¿acabo de descubrir una faceta mía que desconocía?


Desde luego... hasta ahora no he notado que las cosas me vayan especialmente mejor, pero, aun así, creo que no voy a tirar el ramillete ese de romero hasta que no esté totalmente seco y marchito.... solo por si acaso.


Al fin y al cabo, me ha costado 50 céntimos.


Besazzos,


*Luli*

miércoles, 28 de octubre de 2009

Mini-viaje



Queridos lulilectores...


No he estado muy actualizadora este mes, pero creo que básicamente ha sido porque he empezado el curso y estoy más aplicada de lo que pensaba; además de que tampoco me han sucedido cosas especialmente interesantes, ni tampoco se me ha ocurrido ninguna brillante teoría con la que poder filosofar.


Me remito a informar secamente sobre mi cotidiana vida; el tema de hoy: mañana me voy en un viajecito relámpago a Alcalá de Henares (Madrid) para acompañar a mi padre en una cuestión de negocios en la que, obvio, no participaré, así que me limitaré a pasearme por el centro un rato conmigo misma y ver qué me ofrece esta interesante ciudad.


Si me pasa algo memorable (como que algún cazatalentos me descubra, o cosas por el estilo) pues ya os lo diré, no os preocupéis ;)



Espero que estéis todos bien, y que vuestras vidas vayan mejor que la mía.


Besazzos!!


*Luli*

sábado, 17 de octubre de 2009

Un cuento



El perro está cansado. Tiene ojeras, está harto de buscar comida por la calle. El hambre le corroe las entrañas...


Detecta un movimiento por el rabillo del ojo. Se vuelve con brusquedad y olfatea el ambiente. Agita el rabo y se acerca lentamente... Gruñe y gime, ¡grr-guau!


¡Es un conejito chino! El perro gira sobre sí mismo con alegría. Los conejitos chinos son tan redonditos y esponjosos...


Las arrugas le marcan el hocico, sus bigotes se estremecen. Pega un gran salto y... ¡¿qué sentido tiene contar el final?! ¡Narices, me voy a dormir que es muy tarde!


A Ruch.



*Luli*

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Teorías que demuestran que ser buena persona es un rollo patatero



Queridos lulilectores...


Después de la aburrida Luli que os visitó hace unos días, hoy reaparece otra Luli totalmente diferente: la cansina Luli, meditativa y bastante plof. Bueno, no se puede ser amable, perfecta y supersimpática todos los días; o, por lo menos, no a todas horas.


Se me han juntado muchas cosas... todas ellas banales y carentes de importancia, como la vida misma, pero es que llega el momento en el que una persona (yo) se va hinchando poco a poco y, claro, pues o empieza a deshincharse como puede, o explota.


Y este querido blog mío (nuestro pequeño loft internetarial), será hoy mi vía de escape (aunque ya me he percatado de que últimamente por aquí no se pasa ni Dios... bueno, siempre tengo la esperanza de que alguien me encuentre accidentalmente, y que, más accidentalmente todavía, me lea; al fin y al cabo empecé así). Pero no os preocupéis, queridos lulilectores, yo os entiendo, porque al fin y al cabo todos merecemos nuestro descanso bloggero. Y, qué coño, ahora no voy a realizar ningún estudio de audiencias.


Como veréis, acabo de utilizar el término "coño". Sí, habéis leído bien. Hoy, en honor a mi estado de ánimo, voy a utilizar el lenguaje que me dé la gana, fuera formalismos, fuera tapaderas. Las cosas se dicen claras, o no se dicen. Se pueden adornar, pero ¿qué sentido tiene decir algo si el que te escucha -o te lee, en este caso- no te entiende? Bah, estoy divagando más que de costumbre, justo cuando menos quiero hacerlo.


Regresando al hilo principal... hoy me apetece hablar. Ni si quiera tengo pensado un tema de conversación, por lo que será una entrada de lo más diversa, pero el objetivo es escribir hasta que me salgan callos en los dedos, porque, como ya he dicho más arriba, hay momentos en la vida en que acabas hasta los mismísimos del mundo en general, de sus habitantes y, en concreto, de los habitantes que viven cerca de ti.


¿Y de qué se queja esta pesada ahora?, os preguntaréis vosotros, los lectores de este nuestro blog. Pues de todo y de nada. Lo normal.


Hm... voy a concretar.


-Ya me han puesto un montón de deberes para la semana que viene, y empiezan a acumulárseme los apuntes para pasar a limpio. Todo ello en un fin de semana.


-Me quería ir de puente con unos cuantos compañeros de clase a Andorra, y nos ha salido el tiro por la culata porque nos hemos quedado sin medio transporte. Lo gracioso del asunto es que ya lo habíamos propagado y se ha enterado todo el mundo. Hemos quedado como una pandilla de gansos (lo que, en cierta manera, no deja de ser cierto).


-Tengo el mismo profesor que el año pasado, de nuevo en la asignatura más difícil. ¿Por qué cuando habla nunca le entiendo? Me suena a chino mandarín las palabras que salen de su boca. La asignatura del curso pasado me la tuve que dejar por vaga, veremos este año...


-Mi profesor de catalán es S O P O R Í F E R O.


-Me ha tocado hacer un trabajo con la zorra de Luzía.


-Tengo la habitación hecha una mierda.


-Tengo clases por las tardes y vuelvo a casa rebentada, sin ganas de hacer nada.


-El tiempo es una mierda.


-Por supuesto, empiezo de nuevo el curso más sola que la una (al Listo nunca más volveré a verle).


-Tengo un cumpleaños inminentemente y estoy en bancarrota (no money = no party).


-También tengo miedo de que no me den la beca, y la matrícula cuesta la friolera de 750 €


-De nuevo, el asco de tren día sí y día también, para arriba y para abajo. Tren al norte y tren al sur. Tren por activa y por pasiva. Tren hasta que me muera. Seguramente, moriré atropellada por un cochino tren.


Grr. Estoy de un humor de perros, como veréis, por problemas súper tontos.


Siempre me pasa igual. Cada vez que intento empezar una etapa con buen pie, todo se tuerce. Cuando llega septiembre, me propongo (otra vez) ser mejor persona. Toda la mierda de propósitos de los huevos que me sé de memoria de tanto copiarlos en todas las cosas que escribo: hacer deporte, comer sano, ser más positiva, leer más libros, ver más cine, no tomármelo todo tan a pecho, mejorar mi carácter, blablablá. ¿Para qué? En serio, ¿para qué?


Nunca hago nada al final. La tontería se me evapora con la llegada de la primera brisa. Muchas veces me da la sensación de falta de tiempo: como suelo proponérmelo en épocas de transición vital, siempre tengo otras cosas que hacer para complementar los buenos pensamientos. Y es... no sé... como que me agobio un poco.


Mi vida en estos momentos es súper idiota. Me siento (en serio) como la protagonista de una película adolescente americana, o como la serie Lizzie McGuire o algo así.


Entré en la universidad siendo el último mono, me hice amiga de las tres pardillas y de la maricona loca, que luego nos abandonó con su perrito faldero para unirse al club de los populares. En el club de los populares estaba el Listo, que se pasaba el día abrazado a la guarra de Luzía (la típica que se liaba con todos -o la típica que decían que se liaba con todos) y no había manera de acceder a él, porque pertenecíamos a dos estatus diferentes.


De un día para otro, tuve una historia con el Listo (que acabó mal, pero en fin) y los populares se habían ramificado en subgrupos, mientras nuestro grupo cada vez era más grande. Ahora las cosas están así: el Listo se ha cambiado de carrera, Luzía y la maricona están más solos que la una, el perrito faldero ha encontrado su sitio y los otros grupitos son imbéciles (los populares solo, los gores y tal están bien). Y yo... vuelvo a empezar desde cero, pero mejor situada, porque mi pandilla de clase es la caña: somos un montón y nos lo sabemos pasar bien.


Por supuesto, sin olvidar el típico trabajo veraniego y el baboso de turno por detrás. Y, para más inri, me da en las narices que le gusto a un amigo mío, porque se comporta de manera rara. Evita mirarme a la cara cuando me habla, me habla menos que antes y, cuando estamos solos, se tensa. Solo hay dos explicaciones para eso: o que estoy empezando a caerle mal o, peor, estoy empezando a gustarle. Como es de esperar, el tipo es más feo que pegarle a un padre (el típico amigo freak), y últimamente me pone cardíaca: no soporto su presencia. Me he vuelto muy mordaz con él, y no soporto su expresión de idiota que se le pone cuando no sabe algo o cuando está pensando en las moscas, así con la boca entreabierta y aires de retrasado... bufffff. Le pegaría una hostia, en serio.


Y eso que todavía no me he recuperado del susto de Orni... Madre mía, ¿por qué todo -todo- me tiene que pasar a mí? ¡Y lo que quiero que me pase nunca me pasa, siempre a los demás! Menuda caca.


A esto súmale una familia medio desequilibrada... y tengo serie americana pa cuatro temporadas, lo menos. El problema está en que en las series americanas siempre hay final feliz. Jo... es que estoy rodeada de gente, pero muchas veces me siento muy sola, ¿cómo puede ser eso?


Me gustaría llamar a la radio algún día... a contar mi asquerosa vida, para que alguien llame después y diga que la suya es peor... pero no sirve de nada, mi padre en seguida vendría con la factura del teléfono a pedir cuentas, porque se han puesto muy pesados con la crisis (esa es otra, ahora al Zetaparo no se le ocurre otra cosa que subir los impuestos... pfff... y así nos va).


Asco. Asco. Asco.


Grrrr... como he avisado: he hablado mucho, pero no he dicho nada. Es como hablar sola, nadie te escucha, pero tu propia voz te hace compañía. Y encima me ha salido un grano en la cara, es más grande que un saltamontes.


... no se me ocurre nada más.


Bueno, mis amados lulilectores, creo que por hoy ya os he mareado bastante, tampoco tenéis por qué estar aguantando siempre mi bizarra vida, con que la soporte yo, creo que es suficiente. Cada palo que aguante su vela.


Cuanta razón que se traían los sabios de las narices.


Besazzos,


*Luli*