lunes, 15 de octubre de 2007

Un día en la gran ciudad/ ENERO


Hoy he ido a Valencia.



He ido a Valencia a pasar el día con mi amiga Vero (que es mi gemela), una chica que conocí este verano en un curso de alemán de 20 días. Como vive cerca de la capital, pues de vez en cuando quedamos para vernos y estar allí durante toda la tarde. El día de hoy no ha sido espectacular del todo, pero ha estado bien.



Ha comenzado de manera inusual. Me he levantado a las nueve menos cuarto (¡sí, en sábado!) y me he ido corriendo al baño, con la intención de ducharme. Pero resulta que mis padres (que siempre se levantan de nueve y media p' arriba) ya estaban allí. Los dos. Mi padre en la ducha y mi madre delante del espejo. Solución: en vez de frustrarme, he encendido el ordenador. ¿Y a que no sabéis para qué? Pues para mirar si alguien, por casualidad, se había perdido y había entrado en mi blog para poner algún comentario. Como no ha sido así, pues he estado tonteando con mi perfil hasta que el baño ha quedado libre.



Un rato después, ya duchada y "vestida" (he cambiado tropecientas mil veces de combinciones, porque no me gustaba ninguna), he bajado a desayunar, atacada de los nervios por culpa de mi atuendo. Es que resulta que tengo un brazo escayolado, así que me caben cuatro jerseys y cuatro camisas contadas, y ninguna de ellas es apta para ir decentemente vestida en una ciudad. A eso, añádele la regla (que la sangre altera), y te saldrá un cóctel de malhumor chapeau, que ni Gruñón, el enano ese de Blancanieves. Por eso mismo no ha faltado la correspondiente ración de gritos entre mi madre (que está con el síndrome post-menstrual) y yo, provocando así la desalojación de mi padre (decía no se qué de irse a un bar). Yo seguía cardíaca, porque lo mío era una carrera a contrarreloj: ahora cojo el bolso y lo pongo encima de la cama, cojo la cartera y la meto, salgo de la habitación y me pongo las lentillas, me vuelvo a poner la derecha, que no entra, la muy guarra; ahora vuelvo y cojo el bolso y lo pongo encima del escritorio, abro un cajón y saco las gafas de sol, las mento en el bolso; vuelvo a salir de la habitación, entro al baño para pintarme, salgo del baño y vuelvo a mi cuarto, abrio mi armario y cojo las pinturas; vuelvo al baño y me pinto los ojos; salgo corriendo del baño para quitar el bolso del escritorio, que está encima del ordenador, lo dejo en la cama; regreso al baño y me sigo pintando; luego me peino; luego cojo el bolso y lo pongo en el suelo, cojo pañuelos y los meto, chicles también...



Vamos, una cosa así. Total, que una hora después estoy más o menos lista y le digo a mi padre que me lleve a la estación, para cojer el tren de las 11:36. Cuando llego, compro el ticket de ida y vuelta y le pregunto a la del mostrador: "¿el tren sale ahora, no?". Y la del mostrador me suelta: "No, en días festivos sale uno a cada hora. El próximo sale a las 12:08". Yo sonrío, anonadada, y me voy al banquito para estudiar el horario tranquilamente. Mis ojos no encuentran ninguna indicación que indique que el tren llegará a las 12:08, así que me vuelvo, sonriente, a la del mostrador, y le digo: "¿Por qué?". Y la del mostrador me explica que donde hay una "a" delante de la fila de horas, no sale en sábados y domingos. Miro atentamente donde pone "11:36". Sí, hay una "a". "Gracias", le digo a la del mostrador, y me doy la vuelta para ver que el coche de mi padre (con él dentro) sigue ahí, esperando a que salga mi tren. "Pues espera, espera, jeje", pienso con malicia, con intención de volverme, pero mi bondadosa bondad surge al exterior y me obliga a dirigirme a mi padre para decirle: "No he sabido captar el mensaje que me quería transmitir el horario de los trenes" o, lo que es lo mismo, "La he cagado". Mi padre me mira unos instantes en silencio, y luego se burla de mí, para cerrarme luego la puerta en mis mismísimas narices y largarse por donde ha venido. "Pues ahora te esperas a que llegue. Yo me voy", fueron sus últimas palabras antes de que se marchara. Y es en ese momento cuando me dan ganas de mandar a mi bondadosa bondad a un lugar que yo sé. Sin embargo, aguanto el mal trago con valentía y me vuelvo al banquito (como los hijos de David Beckham, ja, ja), para llamar a mi amiga (que también tiene importantes problemas con su vestuario) y distraerme mientras pasa el tiempo. Tiempo que finalmente llega, porque se hacen las 12:08 y me meto al fin en el tren, para llegar cerca de la una a Valencia.



Lo primero que hacemos Vero (mi gemi, recuerda) y yo, es pasearnos por las calles de Valencia sin rumbo fijo, contándonos las últimas novedades y planeando comprarle un regalo a una amiga nuestra, llamada Paulina, que vive en Polonia y que cumple años esta semana que viene. Luego vamos a una cuquísima cafetería con cómodos sillones a tomar un refresco (el calor es agobiante) y a planear el verano que viene, que tenemos pensado volver a irnos de campus. Después de escoger el lugar, salimos de la cafetería para dirigirnos a un agradable restaurante de esos de menú, en el que comes bien y pagas mejor aún. Ese restaurante es nuestro favorito, pero no por la comida, no, sino por algo mucho mejor: el camarero. ¡Ay, qué camarero! Es el típico camaerero que cuando lo ves se te pone esta cara: *¬* .



Lo descubrimos hace unos meses, y nos cayó muy bien, porque es simpático y, lo más importante, mono. Mi amiga Vero tuvo la suerte de mancharse con sepia, y le trajeron un spray de Cebralín, que es una cosa que sprayeas sobre las manchas, y al cabo de un rato se convierte en un polvo blanco que puedes quitar con un cepillo. El camarero fue tan amable que se lo sprayeó en persona, sin perder la sonrisa en ningún momento, y luego se lo retiró con el cepillo. Y Vero y yo así: *¬*.



Vamos, que hoy, animada, le he dicho a Vero que se volviera a manchar porque, ya que vamos de vez en cuando al resturante ese (hoy es la tercera), pues se aprovecha, y como Vero ya se había manchado antes, pues que lo hiciera otra vez, que ya tiene experiencia. ¡Pero no quería! "Si hombre, y parecerá que soy una guarra comiendo", me ha refunfuñado. En fin, en vista de que la cosa no avanzaba, he decidido ayudarla un poquito, así que, con la excusa de que quería probar sus espaguetis, le he cogido uno y se lo he lanzado a la camisa. Vale, no es muy ortodoxo, pero ha servido, porque en seguida han aparecido unas grandes gotas de aceite en su camiseta. Nunca unas manchas fueron tan hermosas, porque ahora teníamos la excusa perfecta para hablar con el camarero (que encima tiene acento extranjero). Después de llamarme de puta hacia arriba, Vero me ha dejado claro que: "Pues ahora no pienso pedir el Cebralín". Sin embargo, eso no me ha afectado, porque en seguida he girado la cabeza y me lo he visto tras la barra, mirando. "Que si nos puedes traer algo para las manchas, que a mi amiga le ha caído un espagueti", le he dicho con mi mejor sonrisa. Y en seguida ha asentido, y se ha acercado a nosotras, que nos lanzábamos miraditas, y ha sprayeado Cebralín sobre su camisa. ¡Qué guapo!



Después de eso hemos vuelto a cruzar unas palabras con él, en plan, "Sí, ya hemos acabado", o "Yo mandarina, por favor". Incluso él se ha permitido bromear, ofreciéndonos limones como postre. Vamos, una velada perfecta. Finalmente, hemos pedido la cuenta y hemos dejado algo de propina, así que nos hemos despedido de él y de los otros camareros (que también son simpáticos) con un cordial: "Hasta luego".




Luego hemos dado otra vuelta por el centro, hemos comprado el regalo de Paulina (un bonito colgante) y una tarjeta de felicitación, que hemos rellenado en las mesas del McDonald's que hay delante de la plaza de toros, tras zamparnos una napolitana de chocloate en una cafetería. Allí se estaba bien (incluso le he dado toda mi calderilla a una mendiga que se me ha acercado), hasta que un borracho se ha acercado y se ha puesto a hostigar al grupito de al lado, por lo que hemos decidido marcharnos. Una vez en la estación, hemos deliberado qué tren era el mío y, por último, nos hemos despedido con un abrazo.




Básicamente, este ha sido el transcurso de mi día, incluyendo unas cuantas peleas con mi hermana (me encanta pincharla de vez en cuando) ahora, mientras escribía esto. Ahora estoy sola en casa, pero hoy no saldré de marcha porque no me apetece, al menos no mientras lleve el brazo enyesado, así que me haré algo para cenar y luego miraré la tele un rato, o leeré un libro. Espero que alguien me comente, porque si no esto pierde algo de su encanto, ¿no?




¡Un Besazzo!




(Vero, si lees esto, perdón por la marcha de tu EL vaquero, espero que se vaya. Saludos.)

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