lunes, 23 de marzo de 2009

¡Cobardica!


Queridos lulilectores...


Tengo otra pequeña anécdota que contaros.


Resulta que anoche estaba yo leyendo tranquilamente en mi cama. El libro en cuestión, Grandes Esperanzas (de Charles Dickens) me estaba pareciendo muy interesante, y en cierto modo, un tanto espeluznante, porque aparecen algunos personajes bastante misteriosos que me ponían los pelos de punta.


De pronto, sin venir a cuento, un enorme antojo de natillas me invadió. Me apetecía un montón comerme una natilla con galleta y canela. No os lo podéis imaginar, la terrible fuerza que iba adquiriendo ese antojo, una cosa exagerada.


El problema era que mi padre estaba abajo en el salón mirando la televisión, y yo sabía que no podía bajar a comerme la natilla, porque me reñiría por comer a deshora. También estuve calculando por unos momentos la posibilidad de robarla disimuladamente de la nevera y meterla debajo del pijama, pero también deseché esa idea porque sabía que las natillas estaban en el pack indivisible y harían demasiado ruido al separarlas, además de que mi padre en seguida se hubiera dado cuenta de que la nevera estaba abierta.


Así que, tras analizar concienzudamente estas opciones, no me quedó otra que esperar a que mi padre se cansara y se marchara a dormir. Para entretenerme y olvidar las espinosas natillas me concentré todo lo que pude en la lectura, que cada vez me parecía más espeluznante.


Y nada, llegó mi hora. Oí a mi padre subir la escalera (con sus típicos pasos) y aguardé unos diez minutos. Me dije: "Es muy tarde, Luli, ¿seguro que te apetece ahora destaparte, salir de la cama calentita, bajar silenciosamente y comerte una natilla?". Mis pies respondieron por sí solos.


Así, procurando no hacer ruido, me deslicé con sigilo de mi habitación, en dirección a la cocina. Y fue en ese preciso instante cuando un gran temblor me recorrió el cuerpo de pies a cabeza. La casa estaba sumida en un denso silencio, solo se oía la fuerte respiración de mi madre (aunque parecía como un eco) y todo a mi alrededor era oscuridad y sombras danzarinas. Yo, que iba por el escalón ocho (hay quince, SIEMPRE los cuento, me tranquiliza) no pude evitar detenerme y girar la cabeza rápidamente, como si alguien hubiera pasado por detrás de mí.


Pero yo sabía que no había nadie. Sabía que estaba en mi casa, a la una y media de la madrugada, bajando las escaleras para robar natillas del frigorífico -cosa que, por otro lado, he hecho muchas veces, aunque no siempre eran natillas- y también era consciente de que mi familia al completo estaba arriba durmiendo pacíficamente.


"Luli, no seas ridícula, no hay motivo alguno para tener miedo de nada", me repetía a mí misma insistentemente. Sin embargo, me venía a la mente una y otra vez la imagen de Miss Havisham (una vieja loca vestida de novia delante de un funesto tocador) y también la del presidiario fugado de la cárcel (hablo del libro), y esos recuerdos me llevaban a pensar en escenas de la película Los Otros y, qué queréis que os diga, me daba muy mal rollo.


¿Es posible que, con 18 años, aún me vengan ramalazos de terror cuando estoy sola en la oscuridad, en mi propia casa, como cuando era niña? Juraría que esa etapa ya la tenía superada, pero los estremecimientos que me vinieron en el escalón número ocho son purebas fehacientes de que me llevé un pequeño susto al ver las sombras y notar la aparente quietud que se percibía en el ambiente. Yo casi deseaba que algún asesino me apareciera súbitamente por detrás, para poder dar un salto o un grito y aliviar la tensión. Y eso que nunca he sido muy miedosa en ese aspecto, pero ya ves, menuda sorpresa me llevé.


Opté por bajar corriendo el tramo que me quedaba y, nada más entrar en la cocina, encendí la luz del fondo (en contra de lo que me había propuesto, para no alertar a mi padre) y cogí la primera natilla que vi en la nevera, y una cucharilla.


Subí corriendo como alma que lleva el diablo y, una vez estuve sentada en mi cama, con el flexo encendido y en la tranquilidad de mi habitación, me comí con fruición la deseada natilla que, por otro lado, me consoló bastante, aunque la encontré demasiado líquida para mi gusto.


Me dormí, más extrañada por mi propio miedo que otra cosa; eso sí, tapada con el edredón hasta la cabeza. Sé que más de uno me hubiera dicho: ¡Cobardica!


Besazzos,


*Luli*

7 comentarios:

Eva dijo...

Jajajaja, supongo que no es cosa de la edad el miedo.
Para eso a mi me encanta andar a oscuras por la casa desde pequeña.

Teresa dijo...

Yo siempre he sido muy miedica y.... todavía lo soy.

Está lo de las arañas, que en cuanto las veo salgo corriendo o, si creo que puedo matarlas (un asesinato en toda regla, con alevosía), empiezo a lanzarle todas las cosas que veo a mi alrededor.

Pero ahora te iba a hablar del comedor. Es el "mausoleo de la casa", no se utiliza. Está todo ordenado, limpio, con los mejores muebles de la casa. Sólo se entra para coger el teléfono (porque está en esa habitación), en Navidades, cenas especiales, etc. porque lo celebramos allí.
El mausoleo siempre está a oscuras, con las persianas cerradas a cal y canto. Cada vez que entro noto, literalemente, que se me encoje el corazón, una sístole laaaaaaaaarga y hasta que no acierto a darle a la luz, no me tranquilkiao. Y es algo que me da mucha rabia, sé dónde está la llave de la luz, está a mano, llevo 18 años encendiéndola... pero con tal sístole, siempre me cuesta encender la luz.

Qué cosas.

Un beso Luli.

little star dijo...

jajaja ni te rayes!! a mi me pasa cada vez que apago la luz del pasillo. no se porque me da un miedo terrible (que tonteria) pero corro como si me fueran a coger del culo y luego mi madre se rie de mi y me pregunta que que es lo que me pasa. bueno, no se, jajaja sera una tonteria pero lo paso realmente mal en ese momento!! jajaja un besazo!!^^

Luli dijo...

¡¡Hola!!

Muchas gracias a las tres por vuestros comentarios.

Yo tampoco lo acabo de entender, eso del miedo a la oscuridad, es una cosa curiosa que nos sucede a los humanos, cuando se apagan las luces nuestros sentidos se agudizan (porque además relacionamos oscuridad con calma y quietud) y nos volvemos más sensibles al entorno, lejos del ajetreo diurno.

Madre mía, qué complicado es el mundo en el que vivimos...

Besazzos =)

Ilusia dijo...

Pues anda que no me ha pasado veces eso a mi... Con 20 años y aun sigo encenciendo las luces como una loca y mirando atrás xD.
Si, soy una cagada.

Pero no hay que de que preocuparse, tener miedo es normal. Aunque sepas que nada va a pasar y que estas sola. No pasa nada ;)

Un beso!

Luminous Vamp dijo...

jajaja a mi me pasa algo parecido cuando apago la luz del pasillo porque hay un espejo enfrente y parece que se mueven sombras detras de mi ,soy muy miedica para esas cosas y para los bichos ,me da igual lo pequeños que sean jajaja.Supongo que el miedo no se tiene por que pasar con la edad , es algo natural ^-^

Kisses

Luli dijo...

Hola a las dos!

Qué alegría, ver caras conocidas por estos lares =)

Sí, amigas, todas nosotras somos unas miedicas cuando se apagan las luces y salimos de nuestras camas calentitas a robar comida de la nevera, jajaja.

¡Somos el hazmerreír de la blogosfera! Bonito grupo formamos, nos merecemos todas un blog a parte: Cuandosevalaluz.blogspot.com xD

¡¡Tendremos que aprender a superar esta espinosa cuestión!!

Besazzos enormes a todas!! =)