Queridos lulilectores....
En primer lugar, comentar con satisfacción que el blog va despertando poco a poco del breve letargo que ha vivido estas últimas semanas, cosa que me llena de alegría, porque significa que sigue funcionando y no escribo en vano, lo cual siempre levanta un poco el ánimo. Os doy las gracias por la paciencia y, de nuevo, os doy la más sincera bienvenida a la reapertura de este pequeño loft internetarial, tanto a los lectores veteranos como a cualquier despistado que se quiera unir a la microcomunidad. =)
Y en segundo lugar... queridos lulilectores... creo que hoy... he sido feliz.
¿Recordáis aquella complicada entrada que escribí no hace mucho, en la que buscaba el sentido de la felicidad y divagaba sobre ella? Hm... hoy me ha venido una especie de retazo, un soplo de aire fresco que me ha pintado una sonrisa en la cara y que, como considero que ha sido un importante evento, pues no quería dejar pasar la oportunidad de relatarla.
No puedo menos que contar el transcurso de mi día que, por otro lado, no ha sido en absoluto espectacular. Me he levantado a las seis para repasar para un examen que tenía a las 9 y, después del examen, he vuelto a mi pueblo para comer. Tenía una entrevista de trabajo en un restaurante de mala muerte en la playa, pero no he salido muy contenta de allí, por lo que, al regresar, después de la merienda, me he ido a Gandía con mis padres y he seguido echando currículums por hoteles y tiendas (hasta catorce he echado, con nulas esperanzas, la verdad).
Ha sido después, cuando habíamos terminado nuestros asuntos en Gandía (serían cerca de las nueve ya y todos estábamos bastante agotados), nos hemos dirigido en última instancia a una carnicería de un pequeñísimo pueblo de los alrededores llamado Barx, porque mis padres querían ir a una carnicería conocida ya que mañana harán una barbacoa en casa con unos amigos.
He ido muchas veces a Barx, sobre todo de pequeña, porque está a un cuarto o veinte minutos de mi casa, aproximadamente, y mis padres nos han llevado muchas veces a mi hermana y a mí de niñas, para ir a la ya mencionada carnicería, comer en un restaurante o llenar garrafas con el agua de una fuente. Hacía mucho tiempo que no iba.
Barx está situado en lo alto de una montaña, y para acceder a ella desde mi pueblo tienes que subir una cuesta empinada y costosa repleta de curvas, las llamadas "Revoltes de Barx", porque la carretera rodea por completo dicha montaña en dirección ascendente, puesto que Barx se encuentra en la cima de la montaña.
Y hoy, volviendo de Barx, bajando por las "revoltes", agotada como estaba (no solo del ajetreado día, que si la mañana en Valencia, que si la tarde en Gandía, que si he dormido poco por culpa de los exámenes, sino más bien exhausta después de una dura temporada), pues me he repantigado en el asiento de detrás del coche y he abierto la ventanilla para que me diera el aire en la cara. Y entonces ha llegado. De manera imprevista, pero clara: la felicidad.
Por la ventana del coche veía todo el valle, la Valldigna, los tres pueblos: Simat, Benifairó y Tavernes, rodeados de infinitos campos de naranjos verdes. Y, al fondo, el mar, azul y apacible, enmarcando el hermoso cuadro visual que tantas veces he visto, que tan bien conozco. Escuchaba música tranquila y nostálgica a través de los auriculares, e infinitud de recuerdos y sensaciones se han mezclado de pronto en mi cabeza: en realidad creo que la morriña me ha venido ya en el mismo Barx; las angostas calles, la tranquilidad del ambiente, los ancianos paseando, los geranios de los balcones... todo me ha calmado, me ha alejado del ruido, el estés, las prisas de Valencia; las riñas de mi casa o las hipocresías de mi pueblo.
En los breves veinte minutos que ha tardado mi padre en llegar de Barx a Tavernes he notado cómo un sentimiento se apoderaba de mi interior. No, un sentimiento no, más bien un estado: Mediterráneo puro. Naranjos, mar, montaña, brisa estival, crepúsculo. Y me he dicho: soy feliz.
¿Problemas? ¿Qué más me dan los exámenes, el trabajo en verano, las discusiones con mi hermana, los veinte euros falsos...? ¿Qué importan? ¿A quién le importan? ¿Acaso al viento que arrastra el olor de los pinos del camino hasta mi ventana? ¿Acaso al mar, que me devuelve la mirada desde lo hondo como si de un espejo se tratase? ¿Acaso a los azahares que se caen de las ramas? ¿Les importan a ellos mis problemas?
¿Y a mí? Me he dicho: por mucho que mis problemas me estresen, aquí en el coche, sentada y con el pelo revuelto por el aire, no los voy a solucionar. No voy a avanzar en ningún sentido, por lo que... ¿para qué preocuparse? ¡No tiene sentido!
Creedme, lulilectores, cuesta expresar con palabras convincentes el torrente de impresiones que me ha inundado en un momento; es difícil darles forma. Pero os aseguro que, por un momento, por un escuálido instante, lo he sentido: me ha llegado y me ha pasado de largo. Hubiera querido que durara más, sí, pero entonces quizá no hubiera sido tan valioso. Casi se me ha salido la lágrima y todo, pero me he contenido porque de vez en cuando mis padres me hablaban.
Y todo a causa de enlazar algunos recuerdos de la infancia con imaginaciones del futuro, mezcladas con sensaciones del presente. Una especie de velo invisible me ha atrapado, un velo transparente y delicado, suave, sedoso y brillante, pero, al mismo tiempo, grueso y protector: el velo me ha arropado durante esos veinte minutos, me ha separado del resto del mundo. De todo el mundo. Nadie existía en mis pensamientos durante esos minutos, nadie que no fuera yo. Es como ese edredón del que no te gustaría salir algunas mañanas, cuando presientes que vas a tener un mal día o, simplemente, decides que no te apetece abandonar su calor para meterte de lleno en el duro combate que es la vida. Pero, para qué engañarnos, siempre acabas saliendo, excepto cuando tienes 38ºC de calentura (que es cuando quieres salir y no puedes, pero en fin).
Pues el velo se ha ceñido sobre mí, me ha dicho: yo te cuidaré durante veinte minutos. No temas. Y así ha sido.
No sé... me gustaría que os pasara, te deja nuevo. En el momento menos esperado puede suceder, es como una sorpresa. Y vale la pena.
Dicen mis amigos de la facultad que yo vivo en Mordor, porque mi pueblo está taaaan lejos que nadie sabe ubicarlo con certeza en el mapa. Lo dicen en broma, a mí nunca me ha molestado, porque yo soy la primera que siempre se está quejando de mi pueblo. Pero, por mucho que a veces lo deteste, no deja de ser mi hogar y hoy, desde hace mucho tiempo, no me fijaba en lo preciosa que es la Valldigna vista desde las "Revoltes de Barx".
Y, bueno, puede que mi hogar sea Mordor, pero... es el Mordor más bonito del mundo entero.
Besazzos,
*Luli*
P.D.: En directo impresiona más que por la fotografía. ;)
3 comentarios:
Mira Luli, esto lo escribí ayer mismo:
Hoy también se cumplen tres años desde que me hiciste saber lo que era la felicidad. No la felicidad esa de la que hablan de las pequeñas cosas, de los detalles, de saber valorar una sonrisa. Hablo de la felicidad que sientes en un momento y que te hace comprender el por qué de tu vida, de tu existencia. Esa felicidad que hace que todo el dolor que has sufrido y puedas sentir sea una tontería porque en ese momento eres feliz, con todas sus letras, con todo lo que eso engloba. Con sus cosas pequeñitas, como que me cogieras la mano para calmarme. Como cosas grandes, como que me abrazaras y me dijeras que te había hecho muy feliz.
Para que veas que sí sé perfectamente qué es eso que describes en tu entrada. Es esa felicidad momentánea que hace que te olvides de todo, que le agradezcas a la vida el haber nacido y que te da fuerzas para aguantar con lo que sea durante un buen período de tiempo.
Es bueno sentir eso de vez en cuando :D
Me alegro por tí, Luli.
Es un texto precioso, expresa a la perfección ese concepto de felicidad que, la mayor parte de las veces, se nos escapa con un significado oculto.
Espero que ese estado te dure todo lo posible. Mucha suerte ;)
Un besazzo para ti.
Me encantan esos momentos en el coche en los que ves un bonito paisaje y escuchas musica ^^
Un besoo
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