Queridos lulilectores...
Sé que para muchos de vosotros el mes de septiembre es sinónimo de FIN de las vacaciones, pero en mi caso ya sabéis que es al contrario porque todos los veranos trabajo. Este año, como no ha sido diferente, pues dentro de nada me pondré a tocarme las narices (sinónimo de vacaciones); y además llegan por la puerta grande porque mis padres estarán en Madrid de trabajo hasta el día 13, y mi hermana se irá en breve con ellos... ¡¡¡sola en casa en vacaciones!!! ¿Se puede pedir más?
Bueno, pero no he venido a hablar solo de mis vacaciones (que, a todo esto, aún no han empezado; porque son a partir del lunes), sino que he venido más bien a... hablar. Hablar a secas. De lo uno, de lo otro, de esto, de aquello... A poneros un poquito al corriente (a los que todavía estéis interesados) de lo que ha sido de mi vida durante estos dos meses, porque ya os comenté hace algunas semanas que andaba algo liadilla, y que en verano no me apetece escribir tanto como en otras épocas del año. Y eso que por batallitas no será.
Y voy a hablaros hoy (en resumidas cuentas) de un chico que, a mi parecer, es GILIPUERTAS (por no ser más explícita, pero imaginad que en lugar de "puertas" hay otro sufijo... ¬¬). En fin. Tampoco sé muy bien por dónde empezar, ni qué contar exactamente, porque en realidad es que no hay mucho que decir... Me estoy haciendo un lío yo sola, imaginad lo confundida que me siento.
(*Luli respira hondo, trata de relajarse*). Vale, creo que puedo comenzar. Vamos a ello.
Rrrresulta que, como sabréis, y exceptuando el catastrófico verano del año pasado (donde estuve en un supermercado en el que me acosaban los ornitorrincos iletrados), trabajo todos los veranos en una tienda de ropa que, aunque no es tan elegante como Zara, pues para una playita pequeña va tirando, y a mí me pagan bien las horas. Partiendo de ese punto, es posible que también estéis al corriente de que al lado de dicho establecimiento hay una Farmacia, la única Farmacia de la playa de Tavernes (hace años le dediqué una entrada incompleta de mis primeras impresiones; la podéis ojear aquí).
Y, si os habéis molestado en mirar el enlace que os acabo de dejar (aunque solo sea por encima), os daréis cuenta de que los farmacéuticos no son precisamente... mis mejores amigos, por decirlo de alguna manera. No es que me odien a mí en particular (aunque creo que me tienen un rencor especial porque ya es el cuarto año que los tengo de vecinos); simplemente, hay rivalidad entre ambos negocios porque comparten número, bajo en el mismo edificio y... la verdad es que la convivencia se vuelve complicada ya que se trata de gente de lo más dispar (mi jefe parece un mafioso y, pues qué queréis que os diga, me parece normal que los pijos estirados de la bata blanca le miren entre sarcásticos y escandalizados).
De todas formas, a pesar de todo eso, a mí hay un farmacéutico en concreto que... me trae de cabeza. Ya sabéis quién es, lo comenté hace poco: se trata del Chico Kawasaki. Desde el primer verano, ese chaval me hace tilín, y no sé todavía por qué (ya dije que no es guapo, y que parece un empollón); a lo mejor es por la moto (porque su coche es un TRASTO ¬¬), o por lo terriblemente alto que es, o por su aire despistadillo... no sé. Algo hay.
Así pues, puede decirse que el Chico Kawasaki (CK, ya sabéis) es mi amor platónico (o uno de ellos) del verano. Desde hace ahora 4 años. Y... ya no sé tampoco si es porque el año pasado casi no le vi (porque no estuve en la tienda), o porque yo he crecido o qué... el caso es que, lo que empezó como una tontería, ahora es un auténtico capricho. Este verano, a principios, decidí que no iba a caer en la trampa, que iba a ignorarle (a diferencia de otros años), que no haría el tonto ni iría a la Farmacia tropecientasmil veces por mes solo para que él me atendiera. Ja. Jaja. Jajajaja. Me río.
¿Ignorarle? ¡Me he obsesionado! Para mí, desde mediados de julio, el momento más importante del día se ha vuelto aquel en el que él sale del trabajo y va a subirse al coche (generalmente, aparcado delante de mi escaparate). Si no le veo, se me agua la jornada. Me paso las horas mirando por el cristal, ansiosa de que salga a tirar la basura o de que se vaya a casa, solo para verle. ¡¡¡Y el problema está en que él a mí también me mira!!!
OOOOOOOOOOOOOOooo!!! ¿Y problema por qué, Luli, tonta? Os estaréis preguntando. ¡Si tú le miras y él te mira, es decir, os intermiráis, no hay ningún problema! ¡¡Pues claro que hay un problema!! ¡El problema es que no me habla!
Me mira CADA DÍA, y esta última semana más aún, porque sabe que el domingo cerramos ya. Hace cosas para salir de la Farmacia a deshoras: un día que si tiro la basura al contenedor de en frente, otro día que si voy al horno y paso por delante, otro día que si entro el trenecito de los niños mirando hacia el cristal de la tienda... y cuando sube al coche es que se me queda mirando (eso sí, de reojo, que él es muy discreto). ¡¡¡Pero nunca dice nada!!! Ni siquiera sonríe. Nada de nada. Solo mira.
Ya sé que nadie de la Farmacia esa saluda nunca a ninguna empleada de la tienda donde trabajo, porque nos odian y nos tienen mucha manía (sobre todo las mujeres, que son el 75% de la plantilla), pero es que... jopé... él sabe quién soy; llevo 3 veranos ya trabajando al lado de la Farmacia, y llevamos 3 años ya de miraditas indiscretas (este año se han acentuado un montón), o sea que la cara me la conoce por cocos. Pero... entonces... ¿de qué vas, tío?
Podría ser que las compañeras le hubieran prohibido dirigirme la palabra (sería una hipótesis factible, por raro que os pueda parecer), pero, a ver, no lo creo probable. Por otro lado, si se lo han prohibido, ¿para qué hacer el esfuerzo de aparcar cada día delante de mí? Aparcaría delante de la Farmacia; me parece más lógico.
Lo que pasa es que este chaval me está matando porque es HERMÉTICO, es como una gran pared blanca; un muro impenetrable e inexpugnable. Yo no sé qué le pasa a él por la cabeza. Porque yo, por mi parte, ya hago bastante el tonto asomándome cada dos por tres por si le veo (cuando le veo, me da un salto el estómago y entro corriendo a la tienda, ruborizada; cuando no, me asomo a los cinco minutos de nuevo xD). Incluso fui a verle a la Farmacia: una vez en julio y una en agosto, y ambas estaba él (bueno, hubo algo de estrategia también, porque yo contaba con que iba a estar él atendiendo). ¡¡¡Pues no me dijo nada tampoco!!! Solo sabía preguntarme si quería una bolsita. LAS DOS VECES. Termina de cobrarme y me dice: ¿¿¿QUIERES UNA BOLSITA???
Joder, CK, joder. Llevas TODO el verano mirándome día sí, día también, por el escaparate de la tienda, y cuando voy a tu farmacia, que estás tú SOLO delante de mí (yo temblando, por cierto), que puedes decirme CUALQUIER COSA, lo que sea (ejemplo: si hace calor, si van bien las ventas, si estoy constipada... lo que sea, da igual), ¿SOLO SE TE OCURRE DECIRME AMBAS VECES QUE SI QUIERO UNA BOLSITA? ¿¿¿UNA BOLSITA??? Y me lo dice mirándome con carita de pena, el tipejo.
¡¡¡NO, CHICO KAWASAKI, NO QUIERO UNA PUÑETERA BOLSITA, QUIERO QUE ME HABLES, NARICES NARIZUDAS YA!!!
Pos nada. Él, erre que erre. Y yo ya no sé por dónde salirme, porque más que exagerar las miraditas y medio sonreír, no puedo, en serio que no. Escribirme un cartel en la frente es demasiado obvio, y saludarle no surte efecto. Está comprobado, porque cuando a veces pasa muy cerquita por delante de mí, que se carga el ambiente de tensión que se podría cortar con un cuchillo, y yo abro la boca para decirle algo, él gira la cabeza deliberadamente para romper la conexión visual. Y eso a mí me cabrea que no veas.
Sinceramente, solo hay dos posibilidades: o le gusto mucho, o me odia bastante. La segunda opción, aunque dolorosa, no está fuera de órbita porque, por mucha miradita y mucha tontería que haya, él no deja de ser un farmacéutico y yo una dependienta vecina, enmigos ancestrales desde que existen la Farmacia y la tienda donde trabajo. Pero, aun así, yo me inclino por la primera opción (si no le gusto mucho, puede que, al menos, sí que le guste un poquito, o me encuentre interesante). Es solo que creo que ese chico es MUY tímido (exagero: creo que es un chico MUY tímido), o que tiene miedo de que le hagan daño, o algo por el estilo, por eso su manera de reaccionar cuando alguien le gusta, es cerrándose en banda. Se cierra y no hay nada que hacer.
Y lo tengo comprobado. Cuando pasa por delante del escaparate y yo estoy ocupada (por ejemplo, atendiendo a una clienta o hablando con mi compañera, o cualquier cosa), entonces él me observa largo y tendido. Lo sé. O también cuando pasa por delante del escaparate, pero desde una distancia mayor. Sin embargo, cuando a penas hay gente entre él y yo, o yo he salido de la tienda a la terraza un momento y estoy más cerca de la calle y, por extensión, de él... pasa apresuradamente por mi lado como si yo fuera un trozo más de aire. Pero, una vez dentro del coche, ya se atreve a echarme una ojeada. Y es que eso a mí me deja descolocada.
¿Pasas de mi cara, o es que en realidad solo me miras con desprecio porque las dependientas os caemos mal a vosotros farmacéuticos? ¿O es que lo que te pasa es que si caminas por delante de mí se te vuelven las piernas de gelatina y por eso lo que quieres es irte cuanto antes, porque estás nervioso y no quieres que se te note? Pues macho, así no lo vas a solucionar. O te paras y dejas que yo te hable, o me hablas tú, o cuando esté en tus narices, dentro de la farmacia, sé algo más lúcido y no me preguntes solo por la puñetera bolsita de los huebbs.
Y mi cabreo va más allá porque solo me quedan DOS días de trabajar en esa tienda (sábado y domingo) y seguramente mañana no le veré porque él los sábados suele librar, y NO HA SABIDO DECIRME NADA EN TODO EL VERANO, y se ha terminado ya prácticamente la función, porque hasta el año que viene no volveré a verle (y quién sabe), y a lo mejor me encuentro con la sorpresa de que se ha echado una novia guapa y simpática que viene a esperarle cada día para subirse a su moto, y yo me quedaré ahí plantada como una boba mientras se van los dos juntos... pensando en lo que pudo haber sido, y no fue (aunque quizá la novia guapa y simpática ya la tenga él este año, pero nunca la he visto, y él me mira como si no tuviera novia).
Porque es que decirle yo algo a él es tontería, y paso de hacer el tonto gratuitamente. En primer lugar, no se deja hablar por mí excepto cuando le pido Ibuprofeno (y porque es preciso, ya que está trabajando); en la calle, cero, ya digo. En segundo lugar, estoy segura de que si, por alguna de aquellas consiguiera decirle algo (en plan: "¡hola!"), mis palabras se las llevaría el viento porque él ya haría lo imposible por hacerse el sordo, o el tonto, o las dos cosas, y no contestaría, y me quedaría yo con la palabra en la boca y una expresión atónita en la cara. Lo siento, pero es demasiado humillante como para arriesgarme.
¿Veis ahora por qué me costaba tanto hablar de esto? Porque, aunque hay algo, en realidad no hay nada. Y no hay nada porque la pelota está en su tejado y él, en vez de mover ficha y reaccionar, va a permitir que la pelota se quede donde está, porque lo que no ha hecho en dos meses, no lo va a hacer en dos días.
Por eso, es idiota. Y por eso, me trae por el camino de la amargura. Capullo.
Pfffffffffffffffffff...
Besazzos,
*Luli*