Sabéis que trabajo en una tienda de ropa en la playa de mi pueblo, de dependienta. Pero no estoy sola, sino que conmigo suelen estar la jefa y otra compañera más en tienda, que este año, casualmente, es también amiga mía. Hace dos veranos también estaba con una amiga, por lo que, al ya haber tenido esa experiencia, si os soy sincera, no la habría repetido (de haber podido elegir).
Porque trabajar con una amiga no es lo mismo que hacerlo con una compañera que no conoces de nada, y a la que no verás más una vez que sales fuera del curro, y que realmente te da igual lo que piense de ti. No. Trabajar con una amiga tiene unas ventajas... sí, pero también unos inconvenientes. Te lo pasas en grande con ella, puedes hablar con mucha libertad de cualquier cosa, te ríes mucho... pero a mí no es algo que me apasione.
En este caso, porque al ser yo la empleada “veterana”, por decirlo de alguna manera, y al saber cómo funciona la tienda, cómo hay que llevarla, etcétera, se supone que tengo que instruir y corregir a la nueva; es decir, actuar como una compañera. Pero “darle órdenes” a una amiga tuya... no es tan fácil. Y, obviamente, hay que hacerlo con sutileza, para que no parezcan órdenes, sino recomendaciones, consejos o indicaciones suaves.
Peeeero (y aquí está el quid de la cuestión), resulta que, si lo haces con mucha delicadeza, no lo pilla. Conclusión: el trabajo que tú “mandas”, es decir, el trabajo que hay que hacerse pero que tú no puedes hacer en ese momento porque estás ocupada en otra cosa, no se hace. O tú tienes que optar por hacer las dos cosas a la vez, lo cual, pues no mola.
En este caso, se trata de “la distribución” de la tienda. En la tienda hay como dos zonas básicas, delante y detrás (conocidos como fondo norte y como fondo sur), y ambas deben estar atendidas. ¿Qué pasa? Que la zona de delante es, con mucho, más interesante que la de detrás, por distintas razones: tiene el acceso a la calle, los escaparates desde donde se ve pasar a toda la gente, también es donde está la caja registradora con el ordenador, y se está más fresquito. Pero, aun así, no podemos dejar de lado la parte trasera de la tienda, que es donde más amontonada se encuentra la ropa, porque a la mínima que la descuidamos, se queda hecha una leonera, llena de ropa por el suelo y zapatos colgando de las perchas (increíble, pero cierto).
Entonces, lo habitual suele ser que una esté en la parte delantera, y la otra en la trasera, a no ser que alguna de las dos esté atendiendo a un cliente. ¿Cuál es el problema? Seguro que ya lo habéis adivinado: que mi compañera siempre se pasa la vida en la parte delantera. Y yo, me cabreo.
A ver, me cabreo, no en el sentido estricto de la palabra, porque en ningún momento me pongo a gritar ni nada, ni pierdo la calma (como mucho, me muestro taciturna durante un rato y punto), pero es que en esos momentos a mí me dan por dentro accesos de rabia que me tengo que tragar, y es una sensación muy desagradable.
Me enfado porque yo ya le comenté una vez cómo funciona el sistema de “la distribución”; es decir, ella está enterada de que tiene que haber una delante y una detrás, pero parece ser que lo ignora completamente, y atrás no va nunca. Se pasa la vida en la caja, cobrando a las clientas o parada delante del ventilador mientras me habla con entusiasmo (o asomada a la terraza para ver quién pasa); a la vez que yo, sudando como loca, corro de un lado a otro en busca de prendas en el suelo,ropa mal colgada y desastres por el estilo. Y me jode, con el perdón de la palabra.
Me jode porque, obviamente, cobrar es más divertido y entretenido, y ver quien pasa también, y es una cosa que a mí también me gusta más que corretear de aquí para allá como la chacha de turno. Y es que la cosa está en que ella se aferra a la caja como una de esas aves carroñeras a las presas, ¿entendéis?, porque a veces estoy yo en la caja, cobrando, y ella se empeña en cobrar a la vez que yo, de manera simultánea a otra clienta, no sabe decirle a la clienta: “Espérese un segundo que mi compañera (yo) le cobrará en seguida”; no, ella lo tiene que hacer a la vez.
Y eso a mí me enciende, pero mucho. Porque además, está comprobado que cuando yo estoy en caja, ella tampoco va al fondo, o va solo cuando se lo insinúo (o cuando voy yo, porque ella me sigue para charlar), y está poco rato en la parte trasera, casi siempre en la puerta. Pero si viene el jefe y ve la leonera que se monta, nos llama la atención, y claro, al ser mi compañera también mi amiga, no puedo decirle directamente: “ves y arregla”, sino que me tengo que aguantar y hacer yo misma ese trabajo, porque el trabajo se tiene que hacer igualmente, ya sea yo o ella.
Pero el caso es que, por el hecho de no mandarle yo trabajo a ella, yo hago el doble, y por hacer el doble, estoy pensando en todo y me queda poco tiempo para rondar la caja de todas formas. Y cuando ella se va (es que lo pienso ahora y me subo por las paredes), a parte de que la tienda queda vacía de gente, viene mi jefa y TAMBIÉN se mete en la caja sentadita, charlando conmigo, mientras yo (que no puedo estar de brazos cruzados) ando por ahí arreglando la puñetera tienda.
Vamos, que ando pringada de narices, haciendo lo mío y lo de mi amiga-compañera. ¿Y por qué no se lo cuentas a tus jefes de manera indirecta, con delicadeza y como quien no quiere la cosa? Finamente, podría perfectamente decirles que a mi compañera le gusta mucho la caja y que sale poco a “montar guardias”; claro, claro que podría. Es lo que haría a una compañera... pero es que... eso no se le hace a una amiga, ¿verdad que no? Sería malmeter por malmeter.
Y si no malmeto, me como yo el trabajo de novata. Creo que una parte de culpa la tiene mi autoexigencia, porque a mí las cosas me gustan bien hechas. Yo soy incapaz de pasar por al lado de un pantalón que está en el suelo, verlo, y no colgarlo en una percha. Mi compañera, en cambio, lo rebasa alegremente y ni se da cuenta. O, quizá, como he comentado al principio de la entrada, soy una egoísta intolerante y no tengo remedio.
Pero yo me veo bastante fastidiada, porque el trabajo más chuli de la tienda lo estoy haciendo más bien poco, y estoy pringando como una condenada. Y es que justo eso me pasó hace dos años ya, con la otra amiga que entró a trabajar conmigo (también por casualidad, no porque yo fuera pregonando el puesto por ahí), y ahora otra vez... ¿es o no es mala suerte, lo mío? Asco de Señor D.
Yo siempre he creído que lo mejor es separar la vida laboral de la personal; y la experiencia me ha dado la razón. Vaya mierda de situación en la que estoy envuelta, sin comerlo ni beberlo. Pfff...
Besazzos,
Luli
P.D.: ¿Algún consejillo?