Queridos lulilectores (esta vez en castellano)...
¡Qué alegría más tonta tengo! Ya sé que os he escrito esta mañana una entradilla fugaz, pero no puedo dejar de comentaros lo que me ha pasado hace un rato.
Como siempre, va sobre mi vida. Y, en concreto, sobre mi vida como asidua usuaria de lo que aún es Renfe (el tren, vamos). En realidad es una tontería como una casa, pero... me he puesto de buen humor para el resto del día. Y el gran secreto es... ¡¡¡he ligado!!!
Jajaja, lo contaré con tranquilidad. Hoy, de alguna manera, ya me veía venir que no iba a ser un día como otro cualquiera. Lo he notado porque me ha dado tiempo a ducharme, arreglarme y marcharme de casa sin prisas, estreses ni resoplidos de impaciencia (mi pan de cada día), sino que he desayunado tranquilamente e, incluso, me he metido con rapidez en Internet para daros los buenos días con lo primero que me ha venido a la mente.
El segundo suceso de la mañana (lo de que he salido de casa sin agobios cuenta como suceso, noticia o portada de los periódicos, por lo menos) ha sido mi encuentro con un simpático ancianito en el autobús. Puede que algún día os hable de mis viajes en autobús (medio de transporte que también utilizo con frecuencia), pero tendrá que ser en otra ocasión. Nunca había visto a ese viejecito. Y, por una vez en su vida, el Señor D. ha actuado para bien. Me explicaré.
De normal, en el autobús, yo siempre me siento en el mismo sitio (cuando hay sitio, pero casi todos los lunes el asiento está libre); justamente hoy estaba ocupado por una mujer. Sin preocuparme lo más mínimo (otra muestra de mi buen humor) me he sentado en la otra parte, pegada a la ventana, como habitualmente. Y, al cabo de unas dos paradas, ha entrado él. En apariencia, era un señor como cualquier otro: vestido de marrones y cremas, con gafas y una boina que le tapaba la cabeza calva.
Lo primero que me ha dicho ha sido: "¿Eso es el almuerzo?", señalando el paquete de rosquilletas que iba comiendo tranquilamente. Me he sentido algo cohibida, y he asentido tímidamente (no estoy puesta a que los desconocidos me aborden, pero tendré que empezar a acostumbrarme, pues en valencia parece algo habitual). En seguida se ha mirado el reloj, como riñéndome: "Son las 12.15h", me ha dicho con una media sonrisa. Después de tragar lo que estaba masticando, le he dado la razón, pero he dicho que era porque tenía hambre, ya que en casa había desayunado (cosa completamente cierta).
Y el viaje ha seguido hasta que, dos o tres paradas antes de que me tocara bajar a mí, he sacado un zumo para completar mi almuerzo. No he podido evitar mirarle de reojo y reírme un poco, pero me ha mirado riendo también y me ha dicho "Veo que vas preparada". "Es que ya son muchos lunes", le he respondido entre trago y trago. "Sí, pero... hay mucha gente que no se preocupa de las cosas, que va al... al..." "¡Al tuntún!", hemos exclamado los dos a la vez. "Lo sé", he concluido yo. Se me ha quedado mirando pensativamente y, mientras él se levantaba para apearse del autobús, ha añadido "Eso es muy bueno, que vayas siempre preparada. En eso eres igual que yo". Y ha bajado para mezclarse con la multitud de la calle.
Eso debe haber sido una señal (algo más tranquilizadora que la de la gitana del otro día). Era como... mi hado madrino: un ancianito simpático, sabio y observador que, sin saberlo, se hará famoso entre vosotros lulilectores porque lo estoy mencionando aquí con pelos y señales.
Pero en fin, eso no tiene nada que ver con mi alegría tan tonta (no es con él con quien he ligado). Ha sido en el tren, al volver a casa para comer. He decidido coger el de las 14.56, con toda la calma del mundo (eso de no subir al tren corriendo es un vicio al que me estoy malacostumbrando, ¡qué delicia, por Dios!). Y, como he llegado con tiempo, he decidido que, por una vez, me iba sentar al final del todo: en el último asiento del último vagón. Digo "por una vez" porque a mí, de normal, me encanta sentarme al principio, en el primer vagón, pegada a la ventana (cómo no) y con un libro entre las manos. Pues al volver me he dicho: "bah, un día, un día es", y allá que he ido, al último vagón, esperando encontrar paz y sosiego, ya que la muchedumbre se suele agolpar en el centro o, a las malas, en el principio.
Estaba muy a gusto, porque no había casi nadie. He sacado mi libro y me he puesto a leer. Y, justo un minuto antes de que las puertas del vagón se cerraran para irnos ya, se sienta en los asientos de la derecha un chico muy alto, unos 21 o 22 como mucho, con el pelo negro y rizado, y los ojos oscuros. Me lo he quedado mirando unos instantes a propósito, pero por una extraña coincidencia: justo en ese momento había estado leyendo en el libro de turno una descripción de un chico joven, alto, de pelo negro rizado y mirada profunda. Como veréis, se trataba de la misma persona. Y ha sido raro, porque acababa de leer la frase, levanto la cabeza y... ¡pum! Las palabras se transforman en imágenes ante mis mismísimas narices. Qué fenómeno, ¿no?
El caso es que el muchacho se ha percatado de que yo lo contemplaba con interés (está claro que no podría haber averiguado mis motivos, pero, por alguna razón, los ha... cómo decirlo... malinterpretado). Me ha devuelto una mirada larga, sin pestañear hasta que yo, incómoda, he desviado los ojos, algo molesta, todo sea dicho. He pensado: "¿Ah, sí? Conque esas tenemos... pues para que te enteres, chaval, no pienso volver a mirarte en todo el trayecto". Y me he concentrado en el libro, sin pensar más en ello.
Dos paradas después, la mujer que tenía delante de mí se baja del tren. Y, sin cortarse un pelo, el tío coge todas sus cosas (bolsa, chaqueta, bufanda, todo) y, visto y no visto, se planta en el recién despejado asiento. Vamos, en mis morros. Sus rodillas rozando las mías. Es que ha sido superdescarado, lulilectores, no os podéis hacer una idea.
Yo me he quedado, por un instante, absolutamente estupefacta. He levantado la vista de las páginas, extrañadísima, y me lo he quedado mirando (no me lo podía creer). Y él ¡no despegaba sus ojos de los míos! He sentido un calor que me subía por dentro y me he turbado un montón, me ha costado la ayuda de todos mis dioses (Brad Pitt incluido) para no partirme la caja allí mismo. Guapo, lo que se dice guapo, no era. Pero feo tampoco. Un Chotulus adriano A (así repasáis =P). Seguramente, antes pensaría que yo estaba loca por él o algo por el estilo, porque si no es que no me lo explico.
A partir de ese momento, mi lectura ha sido muy distraída. Todo el tiempo intercambiando miraditas (el juego de las intermiraciones, lo llamo yo: ahora sí, ahora no, ahora tú, ahora yo... rima y todo). Y, claro, me ha visto sonreír nerviosamente; él también ha esbozado alguna que otra sonrisilla (muy dulces, a decir verdad). Yo estaba afrontadísima. En todo momento pensaba: ahora bajará, ahora, ahora... pues no. Nada de nada. Me he bajado yo primero, y eso que soy de las últimas paradas. He supuesto que es de Gandía (por pura estadística, pero siempre puedo estar equivocada).
En el momento en el que yo cerraba el libro, me ponía la bufanda, la chaqueta, sacaba las llaves del coche, etcétera, él ha fijado sus dos focos sobre mí que yo no sabía para donde mirar, de lo fatal que lo estaba pasando, ¡qué incomodidad, por Dios! He tenido que resoplar y medio reírme, para aliviar un poco la tensión. Encima es que estábamos prácticamente solos, o sea que cada movimiento mío o suyo destacaba mucho más. También he notado que su pierna tocaba la mía con bastante frecuencia, incluso cuando el tren no daba esos molestos botes. ¿Casualidad? (¬¬)
Eso sí, las manos me han gustado: limpias y viriles, pero con cierta suavidad, pues tenía los dedos muy largos y las uñas bien cortadas, requisito indispensable (siempre me fijo en las manos de la gente). Y la voz era profunda y algo ronca: le daba algo de misterio (lo sé porque ha mantenido una brevísima conversación telefónica).
No sé... es evidente que le he gustado, de eso me he dado cuenta hasta yo, pero creo que lo ha estropeado un poco: chico, ya que haces el esfuerzo de venir a mi lado y sentarte delante, sin parar de mirarme en 40 minutos, por lo menos acábalo de arreglar y dime algo, no te quedes ahí plantado. Aun así, en el fondo, tampoco se lo he podido reprochar del todo: era evidente que se trataba de un chaval bastante tímido (porque su sonrisa no era picarona, sino muy suave y dulzona, como ya he dicho antes), así que la cosa se ha quedado ahí.
Me he levantado en "Próxima parada, Tavernes de la Valldigna" y he murmurado un tenuísimo "adéu", mientras él me sonreía por última vez y decía "hasta luego" observando con impotencia mi figura atravesar la puerta (lo he visto de reojo).
Y... esta ha sido mi historia de hoy, con una breve conclusión, hipótesis alternativa y epílogo.
Conclusión: imagino que, a partir de ahora, el chico tratará de volver a subirse al tren de las 14.56 en lunes, tal vez vaya al vagón del fondo aunque, si es listo, subirá al primero y me buscará con la mirada por todos hasta que me encuentre (*voz soñadora y romántica off*). Luli bajando a la tierra: no creo que vuelva a verle porque está comprobado que, cuanto más buscas a una persona por los trenes, menos la encuentras, al pelirrojo me remito.
Hipótesis alternativa: ¿y si me miraba tanto porque el asiento que yo ocupaba era donde él suele sentarse todos los lunes a las 14.56 y se trataba de una sutil indirecta para que moviera mi culo un asiento más allá y le dejara a él la ventana? (Para que no me llaméis creída... ¬¬).
Epílogo: he vuelto a mencionar al pelirrojo porque, efectivamente, el mundo es un pañuelo. ¿Sabéis que he averiguado su nombre? ¡Sí que se llamaba Edu! Edu Manrique, para ser concretos. ¿Y cómo sabes eso, Luli? Si aguantáis la explicación a estas alturas, os lo cuento en un momento.
Resulta que colaboro también en otro blog (a parte de los de clase), con dos compañeras de mi carrera. Lo creamos este junio pasado, en principio para criticar a otros compañeros; pero también para expresar nuestros pensamientos, anécdotas... en fin, una cosa parecida a esto, pero con 3 autoras en vez de una. Como solo tenemos unos 3 lectores (sin contarnos a nosotras), el otro día decidimos crearle un Facebook, un Tuenti y un Twitter a la página para conseguir adeptos.
Personalmente, no como Luli sino como X (mi nombre verdadero ;p) no tengo ninguna de las tres cosas. Tuve Tuenti una temporada, no llegó a un año, y lo borré. Decidí que era adictivo y peligroso (ya sabéis cómo me pongo yo a la hora de proteger mi intimidad), así que me deshice de él; desde entonces, vivo de lo más tranquila. Aun así, como coautora anónima de un blog no tengo ninguna objeción, así que me sumé con la justa medida de entusiasmo a la idea.
Y, poco a poco, mi amiga (no se cuál de las dos) fue agregando a gente desconocida como amigos para que echaran un vistazo a nuestra página. Ahora tenemos 33 o 34, más o menos, de los cuales no conozco a ninguno pero... ¡cuál no fue mi sorpresa al ver que uno de tantos, un chaval, tenía una foto con... UN SINGULAR PELIRROJO! En seguida pinché la foto y... tachán: allí estaba la etiqueta, clara como el agua. Edu Manrique. Igual de guapo que en directo. Me cayó la baba durante un rato. Pinché en el Tuenti de Edu, pero lo tiene restringido. No importa, al menos sé que mis investigaciones no llevaban a ninguna parte, sino que eran de lo más reales.
A veces lo pienso detenidamente y me sigue pareciendo extraño: solo con ver a una persona una vez en el tren, ya sé de él un montón de cosas: su nombre, su apellido, que vive en Cullera, que estudia en la privada, que tenía novia (no sé ahora), que es prepotente, algún amigo que tiene... cosa rara, no?
Hoy se me ha ocurrido meditarlo: imaginad, por un momento, que el chico de hoy, el del pelo rizado, se pone a hacer averiguaciones sobre mí. Una chica alta, con gafas, pelo largo y claro, onduladito (la permanente lentamente me dice adiós...). De Tavernes de la Valldigna. Que lee y tiene un iPod nano rojo (*¬*). Empieza así y acaba por saber mi nombre, u otras cosas de mí. Qué miedo, ¿no? Aunque se va a tener que esforzar mucho, porque yo no tengo Tuenti ni Facebook, así que las cosas están algo más difíciles, pero oye... quien la sigue la consigue, ¿no dicen eso?
En fin, Lulilectores, podría seguir escribiendo mucho más, porque hoy tengo una alegría super tonta gracias a que el muchacho este se ha fijado en mí (aun a pesar de mi cara de pocos amigos que le he puesto al principio de "nuestra relación" y aun a pesar de que hoy llevaba las gafas feas, de culo de vaso), pero lo voy a dejar estar, porque soy consciente de que leer mucho rato cara a la pantalla es un rollo patatero y, más aún, si eso que estás leyendo son los desvaríos de una pobre loca.
Gracias, una vez más, por estar al otro lado y hacérmelo saber.
Grandes besazzos (hoy doble ración),
*Luli* ;)