lunes, 20 de julio de 2009

Detesto a las señoras



Queridos lulilectores...


Declaro públicamente que detesto a las señoras. Sobre todo, las que vienen a comprar al supermercado.


El verano pasado (y hace dos), cuando empecé a trabajar en la tienda de ropa, ya me di cuenta de que algo en sus cabezas ancestrales no funcionaba del todo bien. Se empeñaban en comprarse unas camisetas de lycra y enbotifarrarse en pantalones de la talla treinta y seis. Al cabo de dos días regresaban para devolver la prenda y se enfadaban conmigo porque el negocio no hacía devoluciones en efectivo; entonces la cambiaban por unos zapatos de tacón de cuña "porque no les dolían en los juanetes".


Bueno, eso tiene un pase, Luli, diréis vosotros, como ingenuos lulilectores. Ten paciencia con ellas, al fin y al cabo son personas mayores a las que hay que tratar con respeto. Sí, claro. A todas las trato con respeto, pero lo de la paciencia...


En el supermercado, las señoras se lo pasan bomba, como si estuvieran en un parque de atracciones, pues igual. ¿Os acordáis de las famosas Supernenas de Aquí no Hay quien Viva? Pues os digo una cosa: en este caso, la realidad supera a la ficción.


Se pasan la vida parloteando despreocupadamente en la cola (cuando la cola es laaaaaarga) y luego, cuando les toca su turno, es cuando se dan cuenta de que la fruta se pesaba, el congelado también, de que los yogures que llevan en la mano caducan al día siguiente o de que el café que tienen en la mano no es de la marca que toma su marido.


Después de haber vencido estos pequeños contratiempos con el empleado de turno (yo) y de haber puesto nerviosas a las demás veinte personas que están detras de ellas, llega la hora de pagar, otra historia de punto y a parte. Te endosan un billete de 50€ para pagar una barra de pan, y si les preguntas si llevan algo más pequeño encima se hacen las ofendidas y dicen que no con firmeza, mientras les veo claramente el billete de diez asomando por una esquina del monedero. Me sueltan con todo el caradurismo del mundo: "Es que lo necesito, además, prefiero que me cambies, hija".


Y si le cambias a una o dos, no pasa nada, pero es que las señoras son la pera limonera: absolutamente todas se presentan en la caja más pintadas que una puerta, con su bata de flores, sus cien mil collares de oro de tiempos de Franco, sus melenas cortas y rizaditas, y su colonia de Nenuco que echa para atrás, y se sacan de un minúsculo billetero un fajo de papeles de colores, y siempre me pagan con el amarillo, narices. Y siempre les estoy cambiando a todas.


O las que, por el contrario, te sacan céntimo a céntimo los tres euros cincuenta que les has pedido, haciendo resoplar de histeria al cliente de detrás, que cuando la señora va por el céntimo número setenta y cinco, el cliente se pone a contar también con ella (a veces se suman algunos clientes más). Es que no tienen término medio, no sé cuáles son peores, de verdad.


¿Y el morro que tienen? Intentan colártela por donde pueden. El otro día se presenta una con una caja de dieciocho huevos talla L diciéndome que "la otra chica" le había dicho que estaban en oferta y que solo valían un euro. Y claro, yo lo paso por el escáner y me marcaba 2,19 y la señora venga a protestar. Y cuando consigo llamar a mi compañera y preguntarle, va y me suelta: ¡pero que ya le he dicho mil veces que NO están en oferta! Y la señora tan pancha: "Ay, lo habré entendido mal, hija, que con la edad ya no oímos tan bien, ¿sabes?".


Hoy, por ejemplo, me viene una para que le cambiara (adivinad) 50€ en billetes "y algunas moneditas para meter una en el carro". Le doy dos billetes de veinte, uno de cinco, y cinco euros sueltos. Al cabo de media hora viene a la caja para pagar siete euros y me saca un billete de veinte. Le digo con toda la intención: ¿y no tiene suelto? Si antes le he cambiado. Y la tía me suelta (ATENCIÓN QUE ESTO ES MUY BUENO): ¡Pero si no me has dado monedas!


Yo me la quedo mirando, pensando para mis adentros: ¿estaré yo loca o es que me acabo de volver gilipollas perdida y no me he enterado? Le repito: "Señora, yo le he dado hace un rato cinco euros en monedas para que meta una en el carro. Usted me ha dado un billete de cincuenta". Y ella, afirmando todo el tiempo, dice: Sí, sí, pero yo no llevo nada suelto, mira.


Y coge el monedero y me lo enseña vacío en mis narices. Y yo le contesto: ¿Y qué ha metido en el carro, un billete de cinco? Respuesta: "No, cincuenta céntimos que eran míos". Ahhhhhhh, vaaale. No os podéis imaginar la rabia que me ha dado, os lo juro que me he enfadado muchísimo; tengo su cara grabada a fuego en el cerebro, a la otra se la jugaré yo.


En la verdulería toquetean todos los productos con sus garras de brujas y se comen las cerezas a puñados, mientras esconden los huesos bajo las estanterías. Cuando la compañera de sección las pilla y se las queda mirando, se van sin decir nada. Flipante.


Y, por supuesto, no olvidemos la cuestión de los regalos de las promociones. SITUACIÓN REAL:


Viene una señora a caja con una bolsita de judías y un paquete de servilletas (por ejemplo). Paga y mientras le estoy dando el tique me pregunta:


-Oye, ¿y no regalan nada por comprar esto?


Me quedé tan anonadada que no le pude ni responder hasta que no pasaron tres o cuatro segundos.


-¿Perdón?


-Que si no regalan nada.


-Yo le regalo mi sonrisa, señora.


-Pues ya podrían, que vengo a comprar cada día y nunca me dan nada.


OIGA SEÑORA, ¿Y A MÍ QUÉ ME CUENTA?


Otra situación: están algunas señoras en la cola, y la que hace tres o cuatro (se ve que se aburría) empieza a hurgar en una caja de cartón con camisetas, pareos, bolsas de playa y cosas así que hay cerca de donde yo estaba. Pero porque sí. Y cuando le llega el turno me balancea un pareo por debajo de la cara y me pregunta si se lo puede llevar, porque el año pasado le regalaron uno pero en rojo. ¿Los colecciona, señora?, le pregunto con fina ironía y mucha malicia, pero con una gran sonrisa en la cara que esconde mi exasperación. "No, no, pero como el año pasado me regalaron uno en rojo, pues este año quería que me regalaran el azul". Le digo que tendrá que comprar el producto en cuestión para que le regalen el pareo, pero ella dice que el año pasado no tuvo que comprar nada y que se lo dieron "porque sí".


Al final se oye a mi compañera por detrás: "¡Dáselo y que se calle ya!", así que, tras un largo suspiro, consiento que se lo lleve. Pero esta historia no termina aquí, porque mientras yo discutía con la señora en cuestión, la de detrás estaba inspeccionando también la caja, y había sacado una camisetita diminuta de tirantes y la estaba estirando casi hasta desgraciarla para medírsela alrdedor del pecho y comprobar si le cabía. Me quedé a cuadros, sobre todo porque había paralizado el tráfico de clientes y la cola crecía a pasos agigantados. Al final, va y decide que como la camiseta "le estaba un poco estrecha", que se llevaría también un pareo, por su cara bonita. ¡Ale pues!


La gracia (porque tiene gracia) radica en que cuando, efectivamente, algún día el supermercado regala algo, como paquetes de escarolas que caducan ese mismo día y así no se tiran, pues las señoras dicen: "¿que caducan hoy? Pues no lo quiero". Y se van por donde han venido.


Y dominan a sus maridos, siempre acobardados por sus peinados repletos de laca y sus batas floreadas. Los maridos les tienen miedo, y siempre compran o dejan de comprar lo que ellas les ordenan.


En serio, me podéis pedir que tenga paciencia un rato, pero es que soportar a cientos y cientos de señoras cada día es algo que a la larga puede a una persona, porque tienen cada salida que no sabes por dónde cogerlas, nunca sabes con qué te van a sorprender. Y sobre todo porque las más impacientes e insoportables son ellas, que si tardo más de tres segundos en sacar el tique ya me están metiendo prisas.


En la tienda del año pasado me decían: "Estoy buscando un conjuntito para mi nieta, que es muy mona ella. Parecida a tí". "Claro", les decía yo, halagada, hasta que se me quedaba mirando y añadía: "Bueno, ella en realidad tiene las piernas un poco más largas, más cinturita, más pecho y menos caderas". Y yo... eh... vaaale. La sonrisa se me helaba en los labios, y al final les soltaba: "Pues me temo que no me queda nada, solo nos quedan tallas 48".


Este año, los comentarios son diferentes: nos sugieren que cambiemos la tinta de las cajas o, directamente, que cambiemos las cajas; también reniegan del aire acondicionado y de que las ofertas se acaban en seguida.


Pfff... me estresan más ellas que las siete horas de trabajo. Espero que os libréis de tener con lidiar mucho con especímenes de ese tipo, y, sobre todo, espero no ser igual de mayor.


Aunque en el fondo, tienen su gracia.


Besazzos,


*Luli*

3 comentarios:

Ilusia dijo...

Hola!

He estado un tiempo desaparecida pero ahora mismo me pongo al día! Jajaja

Yo siempre lo diré...trabajar cara al público da asco. Es que tienes que aguantar muchas cosas...y de cajera en un super..ni te cuento!

Recuerdo que unos niños me apgaron unos 30 euros en monedas de diez centimos y de veinte...grr ¬¬

Y lo de las señoras.. a mi también me ha pasado xDDD Que desquicie...

Buena suerte!!

Teresa dijo...

Jajajajajajajajajaja!!! es que es todo taaaaaan cierto!!!

Yo estuve trabajando en una zapatería en mi pueblo, una zapatería en la que explotan a la gente. Como está en una calle llena de restaurantes, heladerías y eso... no cierran hasta las doce de la noche!!!!!!!! Pero es que lo mejor es que a las doce de la noche bajan un poco la persiana, es una especie de invitación a salir porque las doce de la noche no son horas para comprar zapatos. Y la gente no se va, y sigue entrando gente... he estado vendiendo zapatos a las 2 de la madrugada, una locura, pero qué coño hacen esas personas por la tarde que compran zapatos a las dos de la madrugada?...

Luego, te diré jeje, en mi pueblo y alrededores hay un odio creciente a los madrileños. Yo no lo comparto y además que se generaliza, no todos los turistas son madrileños.
De todas formas, sí que digo que me da mucha rabia la manera de hablar de los madrileños y alrededores, esa forma de hablar cantando. Me saca de quicio. Y luego esto de que en el colegio no les enseñan a utilizar "la" y "le" cuanto tocan.

Pagaría por poder ponerte esto en audio pero imagínalo. Una frase que me repetían cieeeeeeeeeentos de veces, fueran las 10 de la mañana o las 2 de la noche.

"¿Me le tienes en un 36?"
Oh dios mío!!!! Les metería el 36 en la bocaza!!

Luli dijo...

Jajajaja, los madrileños, qué gran clásico.

Sí, hija, yo también soy sufridora de laísmos, que cada vez que oigo uno me pongo mala como pocas...

¿Y qué me dices de su famoso "ejque" a lo José Bono? Se comen las "s" con voracidad, apenaj laj pronujian... ¬¬

Jaja, besazzos!!