Queridos lulilectores...
Hoy, día 17 de febrero, a las doce de la noche, me ha venido la gran inspiración para empezar a relatar la que seguramente será una de mis más complicadas entradas hasta el momento. Sí, lo habéis adivinado: se trata de mal de amores.
Todo empezó aquella inocente noche en la que me quedé a dormir a casa del listo. No sé si mencioné que ya me había estado haciendo tilín; la cuestión es que desde que estuve con él... el muy imbécil me ha embaucado. Embaucado es su palabra favorita, ha conseguido ponerla de moda en mi clase, lo cual tiene su mérito, porque ha enganchado a más de 50 personas con el concepto.
Como iba diciendo... es una historia larga y complicada. Pero me siento valiente, voy a contarla, si os animáis, compartidla conmigo. Y, de nuevo, situamos el punto de partida en la noche en la que dormimos juntos.
Por la mañana quedamos como amigos. "Aquí no ha pasado nada", nos dijimos. Dos besos y adiós, muy buenas, yo no te conozco, y si te he visto no me acuerdo. Desde el primer momento tenía claro que no podía -no debía- encapricharme de él porque tiene novia. En aquel remoto tiempo me pareció súper fácil, sólo era "un rollete más" de tantos. Además, que el tío era un cerdo, le puso los cuernos (hablando clarito) a su pareja y, encima, me reprochó que me escandalizara tanto. Eso, naturalmente, me dio que pensar (en mi fuero interno lo llamaba de todo, porque obviamente yo no podría estar con una persona así).
Pero... bueno, somos compañeros de clase y es inevitable verle todos los días. Hablábamos poco, pero cuando intercambiábamos alguna frase era todo un tonteo. No quise, no quise, no quise, pero en algún momento pasó y ya no pude dejar de pensar en él. Me sorprendía a mí misma en cualquier momento dándole vueltas a su imagen en mi cabeza, en seguida sacudía los hombros y me reía de mí misma. Pero es que cada vez sucedía con más frecuencia.
Supongo que me di cuenta de ello la "segunda" noche que me quedé a dormir a su piso. De esa noche no os he contado nada porque fue catastrófica (así, en mayúsculas, CATASTRÓFICA), pero resumiré los acontecimientos más importantes: no me quedé sola. Se quedaron además mi gran amigo Sujeto G y -atención- Luzía. Éramos, por lo tanto, 4 en el piso. Y... ¿sabéis cómo nos distribuimos para dormir? Os lo diré: Sujeto G y yo en una cama -en su cama- y él y Luzía en el sofá. Repito: él y Luzía en el sofá. Él y Luzía en el sofá. Él y Luzía en el sofá. Él y Luzía en el puñetero sofá, en el salón. Hay DOS sofás, en el salón. Pero durmieron en el mismo. Y yo con Sujeto G en la habitación, a dos kilómetros de distancia (y anoto que Sujeto G es homosexual).
Esa noche, lulilectores, lo pasé fatal. No pegué ojo en toda la noche, los celos me carcomían por dentro, me impidieron dormir. Por una parte no lo entendía, es que me enfadaba conmigo misma y pensaba: "¡Pero déjalo estar, Luli, déjalo ya!"; pero no pude evitar deslizarme silenciosamente hasta el salón para coger disimuladamente mis auriculares, para espiar a ver qué hacían. No hacían nada, dormían plácidamente, pero... acurrucados el uno a la otra. Sentí que me hervía la sangre, un extraño nerviosismo se apoderó de mí. A la mañana siguiente me vestí rápidamente y me largué lo antes que pude, parecía un puerco espín. Él me dijo con un ligero tono de reproche: "Hoy no te duchas aquí, ahora que ya sabes cómo funciona el agua caliente", lo interpreté como una señal de "quédate un rato más, anda", pero es que me temblaban las manos.
Desde entonces, como bien sabéis, a Luzía la detesto. Y con él cada vez me mostraba más y más seca, le evitaba, le miraba mal. Pero dentro de mí no me lo podía sacar de la cabeza, me pasaba el rato pensando en él. Y me enfadaba conmigo misma. Era un cerdo, tenía novia, se había llevado a no se cuántas compañeras de clase a su casa (jeje, esto es cierto, casi todas han pasado por su piso, a saber qué habrá hecho con cada una), pero yo era la única que había caído como una tonta en sus redes. Y me odiaba por ello. Odiaba no controlar la situación.
Sujeto G, por aquel entonces aún más próximo a mí que ahora, investigó a Luzía instigado por mi impaciencia y le preguntó si se habían liado aquella noche. Me dijo que ella se había reído: "¿Que yo y él QUÉ? Jaja, qué bueno, espera a que se lo cuente y verás", pero yo seguía sin fiarme. Piensa mal y acertarás, piensa mal y acertarás, piensa mal y acertarás.
Después de eso, estuve una temporada sin hablar con el listo. Pero a veces, por el ordenador, me abría una ventanilla de conversación. Siempre acabábamos discutiendo por idioteces, he de mencionar que tenemos el carácter muy similar, ambos somos orgullosos y ninguno quería dar su brazo a torcer. Primero nos picábamos en broma, pero después alguien de los dos se mosqueaba, y siempre era así. Nos empezamos a cansar.
Finalmente, una noche en la que me pilló especialmente tonta, se puso a preguntarme insistentemente por qué le había estado evitando durante tanto tiempo. Que qué me pasaba con él. Que si lo que yo quería era que "él me persiguiera", que lo llevaba claro, que él pasaba del tema. Yo, acalorada de discutir como estaba, le dije que justamente lo que quería era que no se me acercara, que corriera el aire, que un tupido velo nos separara. Le propuse un trato: tú me dejas en paz, dejas de hablarme y de mirarme y yo, cuando me sienta preparada algún día, te contaré qué me pasaba contigo. Porque no podía decirle a la cara: "me vuelves loca", no, eso no se puede hacer. Y él, torpe, a insistir.
Mi plan era sencillo: olvido mediante la distancia. Chico, déjame tranquila un tiempo y verás como se me pasa, me conozco. Luego te lo diré y nos reiremos juntos. Pues no. Erre que erre. Él era A, B y C. Que me cuentes qué te pasa conmigo, que no seas ambigua, que no me des largas. Insistió... insistió... e insistió... muuuuchoo. Muchísimo. Al final, me harté.
"Pues me pasa contigo que me gustas, imbécil", eso le espeté. "Que no sé cómo demonios ha podido pasar, porque eres un antipático de las narices, eres un borde y un prepotente, pero, mira, algo tienes, y me has embaucado. Y el problema está en que NO ME DA LA GANA, ¿sabes? No quiero porque tienes novia y soy "la otra" o, peor, una de "las otras" y al final, todos sabemos quién se lleva las de perder en estas cosas. Yo. Y paso. Yo paso."
"Ah", me dijo, "Pues para nada me esperaba eso". Él lo sabía, claro que lo sabía, pero quería, una vez más, demostrarme su "superioridad", que yo confesara, darle el gusto. Se había enfadado conmigo porque yo le había dado calabazas, tenía el orgullo herido, me la quería devolver. Y lo logró. Se disculpó por "habérmelo sonsacado un poco", le mandé a la mierda mentalmente cientos de veces. Concluyó con un bonito: "Admiro la valentía con la que me lo has dicho; espero que ahora no te portes mal conmigo ni nada, que sigamos siendo amigos".
Claramente, le dije que no pensaba volver a dirigirle la palabra. Es más, le pedí por activa y por pasiva que me olvidara, que olvidara todo lo que había pasado y que me dejara en paz. Me prometió que lo haría. Me pasé las Navidades fastidiada, humillada, dolida. Si no fuera tan cerdo, ese chico sería perfecto: es viril, inteligente, atractivo, cabezota... supongo que no se puede tener todo. En este caso, yo me quedé sin nada.
La historia bien podría haber acabado aquí (que bastante mal lo pasé ya). Pues no. Volvimos de vacaciones y el señorito decidió que sentarse "en mi lado" de la clase era más divertido. Concretamente, todos los días lo tenía en el banco de delante, en el de detrás o en el mío mismo, a escasos asientos de mí. Cada día, cada día. No le miraba, le trataba como el aire. Pero él me miraba de reojo, a veces me tocaba los hombros con el dedo cuando alguien le decía que me llamara. Nunca me daba la vuelta. Le odiaba más que nunca, porque no había manera de dejar de pensar en él. "La teoría de la goma elástica", me dijeron mis amigas, "Cuanto más pases de él, más caso querrá que le hagas, los tíos son así, son simples".
Una vez nos fuimos de quintos después de un examen. Él, que nunca venía, se quedó esperando a ver qué hacía yo (se le vio el plumero, el hecho de que yo no le mirara directamente no significa que no estuviera pendiente de lo que decía o hacía). En un principio no estuvo mal la velada, procuré sentarme en la otra punta de donde se encontrara, pero el tío, al cabo de un rato, se levantó de su silla y acomodó su trasero en otra que había quedado libre a mi lado unos minutos antes. Yo estaba hablando con otro chaval, pero él nos interrumpió.
Me tocó la rodilla y me miró a los ojos.
-¿Qué tal?
Sentí que dos corrientes poderosas me absorbían por dentro. Por una parte, me cagué en él y en toda su familia por atreverse a hablarme cuando yo le había pedido EXPRESAMENTE que no lo hiciera (y me había dicho que sí). Por otra, sentí que me temblaba todo el cuerpo. Me pude haber derretido allí mismo. Y me pareció muy injusto lo que hacía, es decir, encima de que me fastidio, ¿por qué me hace pasar por eso? ¿No he sufrido ya bastante? Le miré gélidamente y le ordené que esperara. Después, cambié tres frases con él, me levanté y me fui.
La segunda tuvo lugar un jueves que salimos todos de fiesta. En un momento en que yo estaba en plena risa, noté que alguien se me acercaba por detrás.
-¿Dónde te quedas a dormir esta noche? -me susurró al oído interno varias veces. Y se iba, sigiloso como una sombra. Al cabo de un rato volvía y me hacía la misma pregunta, de manera aún más sugerente si cabe.
Yo me lo traté de sacudir de encima, pero las piernas no me respondían. Me sentí indefensa, triste, emocionada. Una mezcla extraña de sensaciones se apoderaba de mí. Me moría de ganas por besarle allí mismo, pero también lo detestaba por lo que me estaba haciendo. No quería verle, pero necesitaba que estuviera conmigo. Y le odiaba por ser tan egoísta.
La palma fue cuando me mordió la mano y me quitó un guante, juguetón, me quedé en el sitio tratando de reaccionar. Y reaccioné, ya lo creo que reaccioné, porque más tarde le oí decirle a alguien "No le hagáis daño a Luli, que es muy buena chica". Se me encendió la sangre. ¿Pero cómo narices se atreve a decirle a quien sea que no me hagan daño, cuando aquí el único que se está portando como un gilipollas insensible es él, pedazo de cerdo? Le hubiera soltado una bofetada, pero me conformé con hacerle la cruz. "Hasta aquí hemos llegado, chaval", me dije.
Y desde entonces me he mostrado más fría aún si cabe: le evito deliberadamente, no le miro, no le hablo, le esquivo. Pero él sigue a su bola. Me sigue a todas partes. Se quería acoplar a la "noche de chicas" que nos montamos algunas amigas este mismo viernes, sólo porque sabía que yo iba a ir. Insistió (pero al final no vino, menos mal). Y yo... trato de levantar una barrera entre él y yo, cada vez más alta y más sólida pero, joder, es que cada vez me la tumba.
Me vuelve completamente loca, me marea la cabeza porque no me lo puedo quitar del pensamiento ni un solo momento, me paso el día deseando verle, cuando lo tengo cerca el estómago me da un salto, pero al mismo tiempo estoy furiosa, enfadada, quiero olvidarle porque si sigo así después será peor, ya me he encaprichado bastante, pero él no me deja en paz, a pesar de que me lo prometió, supongo que habrá sentido lástima, o compasión, y eso me revienta el hígado, me ofende profundamente: no lo quiero como amigo, nunca hemos sido amigos, no funcionaríamos como amigos.
Sólo quiero que me olvide, que pase de mí, que me haga el olvido (ya de por sí doloroso) más liviano, pero no hay manera, cuanto más lejos quiero tenerlo, más se me acerca. Me confunde. ¿Por qué me preguntó tantas veces dónde dormía? ¿Por qué me mordió el guante? ¿Por qué me respiró en la oreja y me produjo escalofríos? ¿Es que le encanta jugar con las chicas, es un machoman que necesita conquistarlas a todas y luego no las quiere dejar marchar? ¿Quiere algo más conmigo? ¿Por qué no para de mirarme, cuando hablo, cuando me muevo; pero por qué nunca me dice nada? ¿Y yo? ¿Por qué no soy capaz de mandarlo a freír espárragos, por qué tengo que estar aquí a la una y media de la madrugada desahogándome en Internet por su culpa?
¿Estoy obsesionada? ¿Qué hago para sacármelo de la mente, a él y a su novia, a él y a Luzía, a él conmigo, pero a él en general? ¿Por qué no me puedo interesar por el chico de Requena -que me ha dicho mi amiga que lo tengo loco- o por cualquier otro buen muchacho? ¿Por qué tiene que ser él, que es un cabronazo, así con todas las letras?
¡Esto es una tortura! No puedo seguir así, no sé qué hacer.
Que acabe pronto, por favor, para bien o para mal...
Besazzos,
*Luli*