miércoles, 9 de junio de 2010

El ritual de la biblioteca



Queridos lulilectores...


A raíz de estar de exámenes, como recientemente os he comentado, me he visto obligada a acudir a la biblioteca municipal con una cierta asiduidad en los últimos días. Y estoy estupefacta.

La biblioteca está de moda.

Antes de interpretarme mal (una posible interpretación errónea sería "¡Estupendo! Las inquietudes intelectuales aumentan en el colectivo juvenil, que visita fervientemente los templos del saber para encontrar las respuestas más ocultas en sus oscuras dudas existenciales"), como digo, antes de interpretarme mal, pensemos un momento en la frase en sí, descontextualizada: "La biblioteca está de moda".

Ajá.

¿Y qué implica la moda? Una reacción multitudinaria, que raya lo masivo (en especial, en el colectivo juvenil).

La conclusión más obvia de la premisa es que, inevitablemente, la biblioteca ha pasado de ser un remanso de estudio, de silencio y de paz, a ser el pub que se abarrota los sábados por la noche, con la única diferencia de que no hay alcohol ni música a todo volumen.

Así pues, he observado que existen ciertos rituales que han nacido a raíz de este extraño fenómeno y que no dejan de ser interesantes para comentar. Dicho con otras palabras, voy a quejarme.

Supongo que el caos empieza con los jóvenes de la selectividad, que es esta semana (de hecho, creo que han empezado hoy los exámenes por la huelga de funcionarios de ayer) estarán bastante agobiados. Se ve que, los que abandonan este año el instituto, han hecho "grupos de estudio" y se pasan el día en la biblioteca repasando. Y, como son muchos, parece ser que se ha corrido la voz por "todo" el instituto, de manera que todo el mundo ha decidido que es muy divertido ir allí a reunirse con los amigos mientras hacen como que tienen mucho trabajo y mucho agobio.

Naturalmente, también hay muchos alumnos mayores, de la universidad (como yo, por ejemplo), que son bastante más respetuosos y que sí que guardan silencio, pero eso no quita el hecho de que la biblioteca ahora sea un escenario más para montar numeritos.

Me di cuenta el viernes pasado, que fue la primera vez que fui a la biblioteca. Nunca había ido antes a estudiar, porque yo siempre he estudiado en mi casa, en mi habitación, pero me sentía tan agobiada que decidí cambiar de aires para ver si aumentaba la productividad y me dejé convencer por una amiga para ir allí unas horas. Al principio todo fue bien: aunque estaba bastante abarrotada, había silencio y ambiente de estudio: la mayoría eran alumnos mayores, serios, concentrados. Me fue tan bien que decidí repetir, y desde la semana pasada he estado yendo casi todos los días.

Pero, a medida que ya me iba acostumbrando al asunto, empecé a notar que hay cosas que no marchan bien. Primero son detalles en los que apenas te fijas: las caras son cada vez más jóvenes, rondando entre dieciséis y dieciocho años, cada vez hay más ruido, las bibliotecarias llaman más la atención, chistan más alto...

Sin embargo, llega un punto en el que ya no puedes ni leer del alboroto que tienes tras tu espalda, y levantas los ojos de los apuntes, mirando furiosa alrededor. El panorama con el que me encuentro yo cuando alzo la vista es sumamente desolador, me atrevería a decir, incluso, apocalíptico.

Las chicas llevan todas minifalda, vestiditos, shorts y tirantes veraniegos (por cierto, qué vulgares todas con sus sandalias romanas, parecen clones). Completamente acicaladas, con kilos de maquillaje, bisutería y abalorios varios, se pasean INCLUSO CON TACONES todo el tiempo entre las mesas, moviendo las melenas y dejando un rastro de perfume dulzón y hormonas tras ellas, deseosas de que todo el mundo observe desde sus asientos sus figuras esbeltas y en movimiento. Mis amigas y yo, a cuál más ojerosa de todas, con la cara lívida de las noches en vela y las manos temblorosas de tanto escribir, lo comentamos a caballo entre el desdén y la burla: van a la biblioteca a lucirse.

Sigue la cosa porque, en algunas personas en concreto, te das cuenta de que solo van a la biblioteca a pasar el rato con sus amigos, ya que (como somos todos del pueblo y la cosa se queda en familia) los conoces más o menos, y sabes que los hay que no están estudiando, ni trabajando, ni haciendo nada más que fumar porros y emborracharse los fines de semana, pero como los amigos a lo mejor sí que están estudiando, pues en vez de pasar la tarde en el parque, la pasan en la biblioteca, que lo mismo les da y, encima, se está fresquito.

Disfrutan levantándose de las mesas (encima, todos los sitios ocupados, porque las instalaciones son bastante pobres y no hay demasiada capacidad), y yéndose a visitar las unas a las otras minuto sí, minuto también, solo para "saludar" (esto es, quedarse media hora hablando entre cuchicheos altos y audibles), o "para consultar un ejercicio" (más de lo mismo). Y claro, todas ellas MEGA-AGOBIADAS del trabajo que tienen, "ay, tía, que suspendo".

Anteayer, sin ir más lejos, vino una chavala que se sentó en un hueco libre que había entre mi amiga y yo, y fue exagerado: apenas extendió sus apuntes por las tres cuartas partes de la mesa (esa es otra fase del ritual, por supuesto: la gente debe ver y ser consciente de la gran cantidad de trabajo que tiene, solo de esa manera llegarán a comprender y respetar el por qué de su estancia en la biblioteca), la tía levantó el culo de la silla como si ésta fuera incandescente, y se largó a darle el palique a la peña, que estaba reunida en tres mesas tras ella y, en vez de estudiando, parecía que estuvieran de almuerzo.

Después de media hora sin aparecer por la mesa (mi amiga y yo le fuimos comiendo el terreno con nuestros libros), apareció para sacarse un mechero del estuche: claro, después de tanto trabajar, iba a fumarse una con los colegas. Se salieron afuera, pero se quedaron cerca de los ventanales armando escándalo, cómo no. Y cuando volvió, apestando a nicotina, lanzó un enoooooooormeee suspiro, que claramente venía a decir: "¡qué desgraciada soy, cuánto trabajo tengo y qué cansada estoy!". Exasperante.

El nivel de hipocresía aumenta hasta límites insospechados, cuando ves a gente que, desde niños, siempre han tenido alergia a los libros, haciendo como que están superconcentrados estudiando y diciéndole al compañero lo mucho que le queda por hacer; o gente que se ha pasado la vida en la calle, vagueando, siempre expulsados del colegio y el instituto o que, directamente, abandonaron los estudios hace eones, escribiendo sobre una hoja en blanco: "TEMA 14".

Es que ni siquiera cuela en un sentido estético. Quiero decir: no pega un chándal de la marca "Rottweiler" y unas chanclas de goma en mitad de un montón de enciclopedias, sobre todo si SABES que esa persona NO HA ESTUDIADO NUNCA.

Todo esto me lleva a un profundo estado de indignación, porque es casi depravante el rotundo espectáculo circense en el que se ha convertido la biblioteca de mi pueblo: es de ciencia-ficción, insultante, denigrante, vulgar. No hay respeto. Los chavales de mi edad o más jóvenes no respetan que sí que se da la casualidad de que haya gente realmente interesada en estudiar, esforzándose por aprobar. Tampoco digo que todos sean culpables; los hay que sí que se portan bien, pero en términos generales es la cosa no tiene nombre.

Me he planteado seriamente volver, pero espero que las cosas cambien un poco, por lo menos quizá después del selectivo mejore la cosa. Mientras tanto, a aguantar la cruz otra vez más. Y, por cierto, si yo fuera bibliotecaria en mi pueblo, se me caería la cara de vergüenza con la simple propuesta de acudir a la (fracasada, además) huelga convocada por los sindicatos: porque para LA MIERDA DE SERVICIO que ofrecen, que ni siquiera ponen el aire acondicionado en todo el centro, y trabajan poco y mal, realmente no alcanzo a comprender con qué finalidad no se presentaron ayer a trabajar. Vaya un par de chupópteras.

Besazzos cabreados,

*Luli*

P.D.: espero que tengáis mejor suerte en vuestras respectivas bibliotecas.

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